Los nietos de los muertos en la Guerra Civil que exigen la verdad de dicha guerra. De eso se habla en un artículo y otro. También en la Vanguardia del pasado domingo. Me parece muy bien que los nietos quieran saber cómo murieron sus abuelos: son su familia y con eso, basta. Algunos murieron en defensa de sus ideas. Otros, mataron: mala cosa siempre. Hubo, con todo, otros miles de muertos -en agosto de 1936, más de 1500- que no tenían nietos, ni siquiera hijos: eran obispos y monjas y sacerdotes. Excluyo los laicos porque ésos tal vez tuvieran nietos. Parece ser que los mataron por el hecho de ser católicos. A eso, como a todos los que murieron por defender su libertad, se le llama llevar las ideas hasta el final. A mí me merecen igual de respeto los dos. Y me dan ejemplo. Si aprendemos a sacar una lección de compromiso personal y respeto, de algo habrá servido lo inútil de la guerra. Y así, de paso, dejamos de hacer esta otra guerra, con palabras hirientes, de una vez. Supongo que a eso se refiere Todorov, eminente pensador y flamante Premio Príncipe de Asturias.
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