Desde hace un tiempo, leo con atención y gusto los exquisitos artículos de Antoni Puigverd. Me parecen excepcionales: comedidos, razonados y bien escritos. Pero pienso que hoy en "La monja Teresa y la libertad" comete un desliz. Sé de sobras que, dicho llanamente, me da el señor Puigverd mil vueltas. Aún así, en su artículo parte de una confusión. Mínima y multisecular, pero confusión. Entre gris y negro, pero confusión. Dice Puigverd que los católicos lo tienen mal para expresar sus opiniones, porque acaban siendo politizados. Tiene razón en que es un hecho. No tiene en cuenta, sin embargo, que "opinión" y "católica" no son compatibles. Todo hombre tiene opiniones, pero para eso importa poco que sea o no católico. La Iglesia no da ninguna solución en temas opinables, porque no las hay: son opinables. Los católicos (y no me gusta usar esa expresión generalista) tienen sus opiniones, como los demás: porque son "los demás", no les separa de ellos nada, no son una especie aparte. Si se trata de una cuestión sobre la que hay una doctrina definida por la Iglesia, la opinión de cada uno de los católicos será ésa. Y no será opinable. Si en cambio se trata de una cuestión sobre la que el Magisterio —el Papa y los obispos— no se han pronunciado, cada uno de ellos tendrá y defenderá libremente la opinión que le parezca mejor y actuará en consecuencia.
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