Cuando yo era muy pequeñín, robé unos caramelos (unos Lacasitos) de una tienda a la que habitualmente íbamos. Estaban a tiro en una cestita de mimbre y tenía hambre. Mi madre al enterarse, en la misma tienda, de que estaba comiendo, me los hizo devolver y se dispuso a pagar los que no podía ya devolver. No recuerdo la reacción de la señora Elvira, que aún vive, y que nos conocía como clientes habituales. Ni falta que me hace. Más tarde, en la catequesis, me enseñaron (o reenseñaron) que el mal que uno hace hay que repararlo, además de pedir perdón por él. Lo digo porque no me sirve que algunos políticos, -todos, si hace falta- hagan grandes gestos teatrales de petición de perdón. Hay que reparar, acción que de verdad muestra que uno está arrepentido. Y no sólo es dimitir, es devolver el dinero, la honra y lo que toque en cada caso. Cosas que uno aprendió de niño.
Comentarios