Dice un artículo de hoy que la adolescencia es como un puzzle sin patrón. Me ha gustado la frasecilla por dos motivos: mis alumnos son de esa subespecie humana; además, estoy acabando un puzzle de 1000 piezas de un cuadro de Kandinski, que me trajeron los Reyes. Uniré los dos hechos para matizar la sentencia. La mala fortuna que tienen los adolescentes de hoy es doble. En primer lugar, el puzzle que son -me parece una buena imagen- no sólo no tiene patrón, sino que no tiene piezas: el adolescente tiene que hacerse sus piezas... y, además, según un modelo. Y para acabarlo, y es parte de la inquietante y divertida experiencia que estoy viviendo a falta de menos de cien piezas para finalizar mi Kandinski, el adolescente tiene un segundo problema: nadie le ayuda a acabar su propio puzzle. Conclusión: no sabe muy bien qué hacer, y encima, el que empieza, no avanza lo rápido que podría.
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