Eso dice un artículo bastante extenso de La Vanguardia en que se explican opiniones y proyectos de expertos de educación. Yo no lo soy; soy sólo profesor. Con eso me basta para saber que se da una confusión -muy conocida y en la que fácilmente se cae- entre enseñar y educar. No son cosas contradictorias, pero son diferentes. Desde siempre, los buenos profesores quedan en la memoria -supuestos su conocimiento y capacidad de transmitir- por su exigencia, su amabilidad, su manera de tratar al alumno. Un buen profesor no se olvida jamás. Pero eso era, antes, la parte educativa que sobreabundaba gratuitamente y sin esfuezo de su labor de docente. Quizás queden pocos así. De todos modos, el asunto es que ahora los que están desapareciendo son los padres, que son los que han de educar. Resultado: el profesor es quien debe educar. Sobre todo si quiere enseñar algo, porque la mínima educación humana -respeto, escucha atenta, esfuerzo, etc.- es condicio sine qua non para aprender de alguien. Así que el problema es doble: que faltan padres que eduquen, con la inversión de tiempo y esfuerzo que eso conlleva; y que algunos de los profesores a los que les ha caído esa injusta y antinatural sobrecarga, quizá ni siquiera saben cómo hacerlo, porque el profesor de Historia no tiene por qué enseñar modales a un chico. En principio, basta con que enseñe Historia. Recomendaría a los profesores que vean una reliquia cinematográfica, "Rebelión en las aulas". Ahí se puede oír un buen resumen de lo dicho: "todo el mundo puede ser ingeniero, pero no todo el mundo puede ser profesor". Y a los padres, que recuerden algo que me dijo una vez un padre-profesor: educar bien agota; no educar destroza.
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