En la que podríamos llamar era de los libros de autoayuda, sobran páginas que hablen de cómo encontrar la felicidad. Sinceramente, no voy a descifrar el secreto mejor guardado de la humanidad en estas simples líneas. Sólo quería ofrecer una imagen -limitada, como todas-, de por dónde puede ir el asunto. La comentábamos hace unos días con un amigo. La felicidad es para el hombre como la sombra de los cuerpos. No existe lo que podríamos llamar sombra incorpórea. Todas ellas lo son de un cuerpo. Así pues, depende del sol (u otra luz) y de un cuerpo con volumen. Cuanto más volumen, en una misma posición, más sombra. La primera conclusión está servida: la felicidad es una consecuencia de algo y no debe buscarse por sí misma. Todo intento desperado de búsqueda de este estilo hunde aún más en la egoísta desesperación. La segunda conclusión no es tan clara: ¿a qué se refiere el cuerpo en esta imagen? Para muchos, también para mí, al amor: sólo quien ama -y eso implica un desinterés por uno mismo y un interés por el otro, que es digno por sí- recibe como consecuencia gratuita lo que llamamos felicidad. Como corolario, se me ocurría sugerir que tal vez haya que pararse y ver qué ocurre. Quizás valga para nuestra época de búsqueda vacía pensar que no existen los cuerpos sin sombra. Ya va siendo hora de pasar del avaro tener cosas, al más humano tratar a las personas. A ver si aparece, sin buscarla, la sombra.
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