Dice el experto en onomástica Albert Turull que el cristianismo ha perdido influencia en lo que se refiere a la elección de nombres de pila. Ya tiene gracia. No sé si tiene algo que ver el hecho de que el entrevistado sea agnóstico. Quizás a la gente le ocurra lo que tal vez le pasa a él. Uno elige nombres de tradición judeocristiana sin saber que lo son, y de su desconocimiento deduce la inexistencia. Como no sé de dónde viene, seguro que no viene de allí. Es un clásico modo de razonar, ya censurado, entre otros, por el divertidísimo artículo de Larra, "Vuelva usted mañana". Lo digo porque asegura que,en la actualidad, los nombres más comunes en Catalunya son Marc, Àlex, Pol, Paula, Laia y Júlia. Y en España, Daniel, Alejandro, Pablo, Lucía, Paula y María. Está claro: Marc, un hombre que da nombre al segundo de los evangelios de la Iglesia; Àlex, de San Alejandro, ni más ni menos que el anciano obispo del siglo III, célebre por el celo de su fe, elegido para la sede alejandrina como sucesor de san Pedro y primero en corregir la herejía de su presbítero Arrio, causante del arrianismo; Pol, Paula y Pablo, nombres del santo más trotamundos, después de Juan Pablo II. Sí, el de las cartas que se leen en misa; Daniel, uno de los profetas mayores, que tiene en su nombre ese "-el" final que remite a Elohim, Dios mismo. Julia, virgen y mártir del s.V, patrona de Córcega; Laia, de Eulalia, ni más ni menos que la patrona de Barcelona; Lucía, de inicios del s.IV a la que le arrancaron los ojos por defender su fe, y por ello patrona de la vista, como canta hasta Miguel Ríos. Y, por acabar con la guinda, María, la Madre de Dios. Se ve que el entrevistado considera influencia cristiana, en su deformación, sólo a las que se llaman Claustro. Algo típico: los cristianos, a las catacumbas... En fin, poco a poco.
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