Fue la conclusión del gasolinero, resfriado, que me atendió hace unos días. Igual que se han catalogado las conversaciones de ascensor, podemos hablar también de los diálogos de gasolinera. Fue, en un día de lluvia, algo parecido a lo que sigue:
-Buenas, ¿qué le pongo?
-20 de diésel
-¿Extra?
-No, no... Gracias.
Tras un breve silencio, el gasolinero arranca, amparado en un buff que le protege el cuello:
-Estoy sopa. Debo de haber pillado un virus o algo.
-Pues debe de ser una pasa. Además, con este frío...
-Ya.
-Pero bueno, al menos llevas buff y abrigo...
-Mi madre, que me obliga. Está en todo.
-Típico
-Las madres son las mejores.
-Ya te digo.
Y nos despedimos y me alejo en el coche, mientras pienso que no hay que razonarlo todo: la vida misma te hace concluir, con sobradísimas razones que obviamos al hablar, que las madres son las mejores.
-Buenas, ¿qué le pongo?
-20 de diésel
-¿Extra?
-No, no... Gracias.
Tras un breve silencio, el gasolinero arranca, amparado en un buff que le protege el cuello:
-Estoy sopa. Debo de haber pillado un virus o algo.
-Pues debe de ser una pasa. Además, con este frío...
-Ya.
-Pero bueno, al menos llevas buff y abrigo...
-Mi madre, que me obliga. Está en todo.
-Típico
-Las madres son las mejores.
-Ya te digo.
Y nos despedimos y me alejo en el coche, mientras pienso que no hay que razonarlo todo: la vida misma te hace concluir, con sobradísimas razones que obviamos al hablar, que las madres son las mejores.
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