Hay campañas publicitarias que dan pena: están mal hechas. Hay otras que dan lástima, que no es lo mismo. La de Axe, aquella marca de los desodorantes antimosquito capaces de tumbar a un gorrino con las narices tapadas por el resfriado, es una de ellas. Creo que su director de marketing ha perdido la inspiración, además del respeto al hombre de la calle. Además, es poco consciente de la responsabilidad educativa que tienen los anunciantes: los niños -no sólo los posibles compradores- ven lo que cuelgan. ¿En qué se basa? En el instinto, que el hombre, por cierto, es tan plástico y poco decisivo que apenas si puede llamarse instinto. El hombre no es un mono con pantalones, señores de Axe. Sería cínico y desvergonzado asegurar "la campaña está bien hecha: usted se ha fijado". También me fijaría en un edificio destruido y en un cadáver. Ha fracaso, porque por supuesto que no compraré ese desodorante: es caro y, para mi personal gusto, apesta. Y ahora tengo otra razón: el rechazo que me provoca su publicidad. Ojalá les ocurra como a los de La Noria. Mejor aún: ojalá eso les sirva para hacer anuncios como los de antes, que respeten al hombre y apelen a la inteligencia del comprador, y no a su entrepierna.
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