Estaba hablando con un chicotote de 4 de la ESO bastante creativo y
hemos llegado a la conclusión: conviene humanizar los ejercicios de
matemática. Me refiero a sus enunciados. Se trataría de globalizar la
educación, de sacar el máximo partido a los ejercicios -irreales y
sosos- de matemáticas.
Se trata de pasar de "En una granja hay 3 pollos y 4 ovejas. ¿Cuántas
patas hay?" a "Manolo, un abuelo centenario poseedor de la salud de un
roble, tenía entre sus casas una bonita granja, llena de execrables
animales. Su hijo mayor era el que de ocupaba de los polluelos y
ovejas que malvivían en su apestoso establo. Para remediar esa penosa
situación, el hijo, Sosofo, hizo una zapatilla para cada pata de cada
animal. Un nefando día, un fiero lobo entró en el establo con sus
amigotes lobos y raptó -para su posterior ingesta- varios pollos y
algunas ovejas. Sosofo llamaba por sus nombres a los pollos y las
ovejas, y no respondieron ni los pollos Jandro, Jindro y Jibdro, ni
las ovejas Paca, Pacarra, Pacorra y Pecarra. El pobre Sosofo estaba
aturdido porque no sabía qué hacer con los calcetines que sobraban.
¿Cuántos le sobraban?".
Además de humanizarlos haciendo algo más creíbles los enunciados
-¿quién compra 15 sandías?- y de conseguir que lean en todas las
clases y se diviertan, se consigue -y en esto soy de ciencias- que
sepan distinguir la literatura del dato, que es lo que interesa al
científico.
Anda que no. (Venga, venga: que no siempre hay que ponerse trascendental...)
hemos llegado a la conclusión: conviene humanizar los ejercicios de
matemática. Me refiero a sus enunciados. Se trataría de globalizar la
educación, de sacar el máximo partido a los ejercicios -irreales y
sosos- de matemáticas.
Se trata de pasar de "En una granja hay 3 pollos y 4 ovejas. ¿Cuántas
patas hay?" a "Manolo, un abuelo centenario poseedor de la salud de un
roble, tenía entre sus casas una bonita granja, llena de execrables
animales. Su hijo mayor era el que de ocupaba de los polluelos y
ovejas que malvivían en su apestoso establo. Para remediar esa penosa
situación, el hijo, Sosofo, hizo una zapatilla para cada pata de cada
animal. Un nefando día, un fiero lobo entró en el establo con sus
amigotes lobos y raptó -para su posterior ingesta- varios pollos y
algunas ovejas. Sosofo llamaba por sus nombres a los pollos y las
ovejas, y no respondieron ni los pollos Jandro, Jindro y Jibdro, ni
las ovejas Paca, Pacarra, Pacorra y Pecarra. El pobre Sosofo estaba
aturdido porque no sabía qué hacer con los calcetines que sobraban.
¿Cuántos le sobraban?".
Además de humanizarlos haciendo algo más creíbles los enunciados
-¿quién compra 15 sandías?- y de conseguir que lean en todas las
clases y se diviertan, se consigue -y en esto soy de ciencias- que
sepan distinguir la literatura del dato, que es lo que interesa al
científico.
Anda que no. (Venga, venga: que no siempre hay que ponerse trascendental...)
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