Ayer pude pasear un momento por Barcelona. Después de la ventolera fenomenal de la noche, las aceras estaban llenas de hojas verdes, de ramas: de porquería. No toca ahora quejarse: no me molestan la hojas.
Comentamos, mientas andábamos, que esa situación era una bonita metáfora de lo que sucede en nuestras vidas en determinados momentos. El viento fuerte es saludable, porque limpia los árboles de hojas muertas, que solo tienen apariencias. El viento de las tribulaciones de la vida nos ayuda a deshacernos -a veces, sin querer- de cosas que nos parecían necesarias. Nos limpian. Otra cosa es lo que ocurre si en lugar de un vientecillo se trata de un huracán. Eso sucedió hace unos años: si se trata de ráfagas fuertes, los árboles sin raíces profundas caen. Es en la adolescencia y en la juventud cuando conviene enraizarse, cavar hondo, para luego crecer y echar frutos y dar sombra a los que vendrán de nuestra savia. Toda una lección de las hojas caídas.
Comentarios