Algunas de ellas tienen su espacio, por breve tiempo casi siempre, en los medios de comunicación. Otras, son secretas y desconocidas para la gran mayoría. Me refiero a las cárcele: barrotes, lugares poco espaciosos, oscuros y falta de libertad de moviemiento, entre otras cosas.
Pero hay otras cárceles que nos hacen prisioneros. Una de las que me vienen a la cabeza últimamente: lo útil, la tiranía de lo útil. "Conviene liberarse de lo útil", me comentaba un buen amigo hace unos días. Parece contradictorio, pero es sólo paradójico. Lo útil, lo que por lo general evita perder tiempo y nos da eficacia, se ha instalado cómodamente en nuestras vidas. Y, como un maleducado, ha ido cogiendo espacios: le hemos dado la mano, y nos ha cogido la manga... y el cuello. Quisiera, como muchos hacen ya mucho mejor, reivindicar el papel de lo inútil. Me sobran ejemplos, así que no tendré que acudir a aquello de Oscar Wilde de que "Todo arte es completamente inútil". Sobre todo porque la mayoría de cosas importantes, y son las que más echamos en falta hoy día, lo son.
Algunos: un buen paseo por la calle, en lugar de coger el tren. Mirar la luna. Escuchar una canción. O el amor, por ejemplo. Si es útil -en el sentido crematístico o de utilidad inmediata- deja de ser amor. Es comercio. A mis alumnos les solía preguntar algo con cierta mala idea, para que se dieran cuenta de lo que estamos comentando: "Tú, ¿para qué quieres a tu madre?". Todos se medio enfadaban: "Oiga, yo no busco nada". Otra cosa es que supieran expresar el "la quiero por ella misma". Eso lo sabían, pero no lo sabían decir, tal vez.
Ese es uno de los (muchos) sentidos en que nuestra vida está basada en lo inútil, en lo aparentemente inútil.
(Dicho esto, me vuelvo a levantar el país...)
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