"No quisimos darnos cuenta". Palabras de hace unos días de Narcís Serra, en comparecencia como expresidente de Caixa Catalunya, al ser preguntado sobre por qué tardaron tanto en reaccionar ante la crisis, con lo evidente que parecía..
¿Cómo puede ser? Pues porque se nos está evitando la experiencia del fracaso real a toda costa. Se evita la frustración desde siempre. Y cuando llega, inapelable, real, no queremos aceptarla. Y acabamos hundidos más profundamente, por haber reaccionado tarde.
Ayer mismo hablábamos de esto en la comida: "ahora, en las finales de fútbol del campeonato escolar, se chutan los penaltys antes del partido, por evitar el dolor...". Otra: "el que pierde, el partido, 1 punto; empate, 2; y victoria, 3. Todos han de ver que su esfuerzo vale la pena". ¿No os bulle la sangre con esa última frase? Es un decir. Pero realmente, da que pensar. A eso, pueden decirse, como poco, tres cosas.
Una: no, no todo esfuerzo vale la pena (al menos para conseguir el fin perseguido: siempre puede uno hacerse fuerte en la dificultad, pero eso es lo que propongo ahora mismo).
Dos: no toda pena es mala (es decir, que hay penas que son necesarias, y que nos hacen grandes, si las aceptamos).
Y tres: hay penas buenas. El dolor que da una muerte es buena, porque es natural. Otra cosa es que dure demasiado: sería enfermizo.
Desde Aristóteles -y antes, quizás- la fortaleza tenía como fines superar (con dolor, a menudo) las dificultades que nos separan de un bien conocido como tal, y mantenerse en el bien conseguido. Ganar y no perder.
Quien no fracasa, no mejora.
Quien solo fracasa, tampoco.
(A este post se le llama "irse por las ramas")
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