Películas, verdades y cebollas...

He leído (en 2012, para ser sinceros) un tweet de un amigo jovenzuelo (Pableras, va por ti). Tiene su gracia: ocurre con su tweet lo mismo que en muchas ocasiones. Que parece verdad, y no lo es del todo. La realidad tiene capas, ya lo decían el Shreck. O como se escriba. 

Dice su frase algo así como que lo bueno de las pelis es que, por dos horas, los problemas son de otros, no tuyos.

Y no es que no sea verdad. 
Pero hay otro nivel de verdad en el que se puede afirmar otra cosa. Ésta: que una película es buena precisamente porque los problemas son los míos. Es decir, que trata los problemas que me preocupan a mí también. A eso se le llama clásico, sea del siglo que sea, y en blanco y negro o color. 

Sucede así: ves la película y sientes que eso que ves en la pantalla te retrata. Y te ayuda. 
Aristóteles lo llamó catársis (del griego katharsis: purificación, limpieza). 
Se refiere a las pasiones: quien ve a un criminal asqueroso, no quiere ser asqueroso y, por tanto, no quiere ser criminal. De ahí que, aunque suene a broma, sea antieducativo que el criminal sea el enrollado, el que queda bien siempre. Esto no tiene nada de raro. Todos los padres dicen a su hijo "caca, nene" cuando hace algo que no está bien.

Y, para acabar, llega el tercer nivel de verdad, que es éste: que la película es todavía mejor porque, efectivamente, no son tus problemas, sino sólo posibles problemas. Es volver al paso uno... pero enriquecido con el dos.

La vida y la cebolla, esa gran pareja.

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