Eso decía una famosa -y horrible, opìno- canción que estuvo de moda. Así mentía.
Si la meta no importa, uno no mueve un solo pie. Así de fácil. Nada se mueve por sí, sin razón. Todo lo que se mueve es movido por otro. La causa final de las narices: quiero eso, ergo me muevo para conseguirlo.
En el s.XIX se puso de moda esta mentalidad: lo importante no era el destino final, sino el viaje. Es un bonito engaño: el fin era el viaje. Y, por ejemplo, no eran, por tanto, los preparativos; o la ilusión de irse. Otros dicen que lo importante son los preparativos. Bien, pero son los preparativos, no la idea de llevarlos a cabo. Mentirota desenmascarda. Así de simple.
Somos demasiado románticos. Y es bueno para las canciones: se enganchan, aunque a veces sean melosas y repetitivas. Y execrables.
Pero la vida es otra cosa: nadie hace nada sin motivo (del latín "motus", movido y movimiento; a su vez de moveo: mover...) o sin motor (que viene de lo mismo).
¿Por qué digo esto? Porque no me gusta que le tomen el pelo a la gente. Y la frase del título es, tal vez, la que mejor muestra la mentirosa idea que se vende hoy día. Y la realidad es cruel con quienes se la han creído. Porque nada importa más que la meta.
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