El micrófono no habla. Sólo por analogía puede decirse que lo hace: aumenta el sonido que otro le envía.
Una bonita imagen del oficio de Papa: dar voz a Dios, renunciando a la propia. Un oficio impresionante.
Pero el micrófono empieza a fallar. Y Dios, piensa él en sus cables (porque es un micrófono inteligente... y mucho), quiere necesitar de uno que le haga resonar por todo lo alto."Tranquilos", susurra, "lo importante es la voz, no el trasto", que así se ve este humilde hombre.
Con su renuncia, el Papa sigue removiendo a muchos a tomarse en serio a Dios y a los demás. Lo sé de primera mano. Porque es un buen micrófono: y la voz que suena no es la suya.
Ese micrófono, que se reconoce demasiado cansado, sigue haciendo -en su incapacidad más capaz que la capacidad de mucho incapaz que anda por ahí- el mismo efecto que cuando era nuevecito: dar voz a Dios. Eso es ya imparable. Es lo que tiene la santidad.
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