(Ojo con la intro de este post)
Hace unos días grabamos una película, "Edgardo, el pescadero", basada en una obra de teatro homónima.Quedó muy bien y, como se trata de una obra surrealista, nos reímos lo suyo. Desde ese momento, en casa se me comunica toda acción surrealista que uno ve por la calle, o escucha en la radio... o lo que sea. "Un tío ha dicho esto"... o "mira lo que he visto"... Como si un servidor estuviera poco más que loco.
Pues en una de estas, me comentaron un sucecido bajo la siguiente etiqueta: "es digna de una peli de las nuestras". Y me lo contó. Mi comentario fue, por lo visto, el mismo que el suyo: "estos nuevos educadores...". Y por eso lo escribo. Ahí va.
Imagínese el lector que uno va por la calle de una ciudad pequeñita que tiene la suerte de tener amplias zonas ajardinadas con flores de lo más diversas y, ahora mismo, abiertas y preciosas. Una madre pasea con un carrito. Su hijo lo observa todo con los ojos como platos, preso del más natural asombro. En un momento dado, influenciada sin duda por las más modernas teorías sobre la educación, la madre intuye que su hijo está profunda e irreversiblmente emocionado por unas flores, que, posiblemente igual que a ella, le atraen de modo irresistible. Ni corta ni perezosa, acerca el carrito a las flores y, con esa voz entre ingenua y dulce que los padres ponen al hablar con sus hijos, le va gritando: "¡¡¡¡Mira qué maravilla, mira, huele, mira, mira!!!". El niño soporta la embestida. Pero la madre vuelve a la carga, hasta llegar casi a meterle las flores por los pequeños y sensibles orificios nasales, en su afán por que el niño de su vida aprenda lo bonitas que son aquellas flores (que ella, madre educadora, ha visto). Y a la tercera, empieza la pataleta y el lloro desconsolado del niño.
Y mi amigo, que lleva un minuto por los suelos, deja la situación.
Conclusión: el asombro no hay que potenciarlo en los niños, sino en los padres. Los niños tienen su manera, y no hay que aplicar forzosamente (y forzadamente) la nuestra a los niños.
Una cita de Chesterton nos lo dejará más que claro:
"Esta facultad elemental de asombro no es, sin embargo, un hábito fantástico creado por los cuentos de hadas, sino que, al contrario, de ella parte la llama que ilumina los cuentos de hadas. (...) cuando muy niños, no necesitamos cuentos de hadas, sino simplemente cuentos. La vida es de suyo bastante interesante. A un chico de siete años puede emocionarle que Perico, al abrir la puerta, se encuentre con un dragón; pero a un chico de tres años le emociona ya bastante que Perico abra la puerta."
PD: Que no se me enfade ninguna madre o padre: lo he descrito jocosamente, porque cuando me lo contó mi amigo nos reímos lo que no está escrito... y porque fue así.
Comentarios
Si he molestado a alguien, lo lamento. Y borraré este post.