Se reconocen a la primera. Son personas muy rectas, rectísimas: rígidas. Van por la calle con su periscopio, con su arma de vigilancia. Miran a todas partes, no sea que alguien cometa un pecado social, gravísimos todos ellos. Y cuando descubren uno, se avalanzan sobre el malévolo culpable y le gritan, sea quien sea, sin importarles nada ni el cómo ni el cuándo ni, casi, el porqué...
Uno va en bicicleta por un paseo con unos chicos y le gritan con espumarajos en la boca: "¡Sólo se puede ir a 19 km/h!". Y acompaña sus palabras con gestos vehementes, que a punto están de descoyuntarles los brazos. Y grita tremendos insultos. Y maldice su suerte porque todavía hay gente que no tiene cuentaquilómetros y se pasa la vida entera mirándolo, no sea que pase la velocidad establecida por alguien que no ha cogido una bici en su vida.
Otro, que tengo más. Va uno en bicicleta -parece ser que todos los males le vienen al hombre por ese artefacto del diablo-, y adelanta a unos niños por la izquierda. Y aparece, de entre los matorrales, otro educador social. Como un poseso robótico, grita cada vez más alto: "¡No es así! ¡No es así! ¡No es así!"... Y le dan a uno ganas de bajar de la bicicleta y dialogar amablemente sobre el modo correcto de vivir.
Y otro más. De excursión con unos chiquillos, alguno de ellos va demasiado deprisa, como suelen hacer con despreocupación los niños. (Y digo "demasiado" con bondad). Pues ya la hemos liado, porque, en el preciso momento en que el chico sume un chillido a su veloz andar, aparecerá una abuela a chillar al responsable: "imprudente, hombre fatal, necio y torpe, mal educador", y demás lindezas.
O, cuando uno hace un parón en una excursión, y bebe, tranquilo, de una fuente. También ahí, sí. Siempre aparece una viejina: se descuelga de un árbol. Y cuando vas a irte, te dice, desafiante: "Has dejado la fuente encendida...". Da igual que se apague en 20 segundos. Hay que tirar hacia afuera del botón. Da igual que probablemente se estropee si lo haces. El que pensó el mecanismo automático era absolutamente imbécil.
Y así, miles.
Lo malo no es educar, sino las formas. Educa menos quien peor dice las cosas. Así de sencillo. Y a eso hay que sumar un error que muchas veces cometen: corregir en público y con descaro al responsable, como método de escarnio. No es lo mejor. Sobre todo porque uno desconoce las circunstancias. Y porque esa conducta corre el peligro de restar autoridad en el que está dirigiendo el cotarro. O porque, si es una cosa exagerada -como suele ser- corre el peligro de sufrir escarnio ella misma, por tontaina y por hablar demasiado deprisa. Y entrometerse: meterse donde no le llaman.
Bon dia!
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