"Sin verdad no hay democracia". Título de un artículo de Rosa Díez en El Mundo, el pasado 4 de agosto.
No leí el artículo.
-Pues no deberías opinar sobre él.
No pienso hacerlo. Gracias por el consejo.
Pensaba decir alguna que otra cosa de lo que me vino a la cabeza al leer ese sugerente título. Vete tú a saber si coincide con lo que Rosa Díez apuntaba.
Sin verdad no hay democracia. Pero no sólo eso: ni democracia, ni nada. Hoy día parece importar más bien poco la verdad. Realmente, podría parecer que tampoco se sabe muy bien a qué nos referimos con esa expresión. Sin embargo, sucede todo lo contrario.
La verdad, por encima de lo que digan esos sesudos filósofos, es inmortal. (Por cierto que algunos de ellos son muy buenos pensadores y llegan a conclusiones tremendas al hablar de la verdad. Dios aparece en ellas). Recuerdo -antes de dar un paso más debo decir esto- lo que decía mi profesor de filosofía: "Hay que pensar como una verdulera de pueblo". Se refería a la sencillez, a la actitud realista de quien tiene los pies firmes en el suelo. Siempre me ha gustado imaginar la imaginaria visita de Descartes a esa señora:
-Buenos días tenga. ¿Qué quiere?
-Cebollas, tal vez.
-¡Cebollas! Hum... Bien, aquí tiene las mejores.
-¿Seguro? ¿Cómo lo certifica usted?
-Oiga, no sea pomposo: es broma.
-¿Broma? Lo pongo en duda.
-Señorito, salga de mi tienda con su estúpida perilla, no sea que le dé con esa calabaza.
-¿Calabaza? ¿Seguro que lo es? ¿Cómo sabe que un demiurgo...?
-Anda, lárguese, buen hombre, y que le dé un poco el sol...
No me burlo de Descartes. Bueno, un poquito sí.
Sólo digo que la actitud del filósofo debe ser realista, natural: normal.
-¿Y qué es normal?
-Eso que no haces cuando preguntas, tío raro. Todo el mundo sabe lo que es normal.
Me encanta, por eso mismo, la respuesta de San Agustín a la pregunta fundamental sobre qué cosa es el tiempo. Dice, y parece quedarse tan pancho (yo creo que lo diría con una sonrisa burlona): "Si no preguntan qué es, lo sé; si me lo preguntan, no lo sé". Muy grande, el bueno de San Agustín.
Pues bien, dicho esto, podemos avanzar, de la mano del propio Agustín y del título del artículo, si se quiere.
¿Que sin verdad no hay democracia? Pero si estamos hartos de ver a políticos mentir y contradecirse todos los días. ¿Qué le importa a Rosa Díez la verdad? Pues le importa, claro. Porque Rosa Díez existe. Y es de una manera. Y si se dicen de ella cosas que no son, se miente, se engaña a los demás. O tal vez sólo se equivoque uno al juzgar. Así de sencillo. La verdad es lo que las cosas son. Eso dice, por cierto, San Agustín.
Está claro que luego hay algún que otro paso. La verdad está en mi cabecita cuando juzgo si algo es como es o no. Pero también debe haber algún otro tipo de verdad: yo no hago que las cosas sean como son. Las cosas son como son. Eso es otro tipo de verdad: la verdad de las cosas, que luego puedo yo conocer con verdad o con error. Y un tercer paso: porque decir que las cosas son como son es ser perezoso. Las cosas son, en el fondo, como han sido hechas. O por ellas mismas, o por alguien, o Alguien. Se seguiría un razonamiento que acaba en que el Creador es la Verdad: hace ser (y ser de un modo: verdadero) a todo lo que es. Lo clave es entender que hay varias maneras de decir verdad. Y que no por ser algo no simple deja de ser real. Es mentira aquello de que "si no lo entiendo, será mentira". Muy español, como explica Larra en su "Vuelva usted mañana".
El que tire de esa cuerda estará un ratillo... Eso hicieron los filósofos, con mayor o menor acierto. La verdulera sabe mucho.
(Por cierto: si no hay verdad, lo que hay es mandato del poderoso bajo engaño; y no democracia, que se basa en la verdad, como todo entendimiento humano recto)l
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