(Antes de empezar: no voy yo a desvelar los misterios del mal. Por algo son llamados así por gente lista e inteligente y con estudios y tiempo para pensar. El mal -su existencia, sus tipos, sus causas- es misterio en parte. Hay cosas que no son misteriosas: si le parto la cara a un tío porque me llama imbécil, sé por qué lo hago. Eso no es misterioso. Pero hay capas. Y quizás no sepa el porqué último. Bueno.)
El ser humano es como es. Mal que nos pese. No parece muy arriesgado hablar así, ¿verdad? Pero seguro que hay gente que ya no estaría de acuerdo. Ahí lo dejo, en forma de diálogo:
-No somos como somos -dirían-, sino como nos hacemos.
-Ya. Y eso ¿es natural en nosotros? O sea: ¿somos como nos hacemos? O sea: ¿somos así? No es retórica: es metafísica. No es estudio del hablar bonito, sino de lo que las cosas son. Algo bastante diferente, aunque lamentablemente pueda acabar siendo lo mismo, si uno se distrae.
Y dentro de ese "cómo somos" al que nos referíamos (somos como somos) está esa inexplicable atracción por el mal. En el título he puesto la palabra en interrogante, porque sí se dan en la historia de la humanidad ciertas explicaciones, que sirven para explicar muchas cosas. Ahora no vamos a abordarlas todas.
El asunto está en que, el otro día, el viernes pasado, en Misa, se leyó como lectura, un fragmento del libro del profeta Daniel. En concreto, el capítulo 7, en sus versículos 2 al 14. Y me chocó mucho comprobar que ya en ese libro (escrito hace más o menos veintiún siglos), se habla de algo que siempre me había llamado la atención cuando estaba en la universidad: la atracción por el mal.
Ahora pongo el trozo entero, aunque remarco en negrita el fragmento que me atrapó:
"Tuve una visión nocturna: Los cuatro vientos del cielo agitaban el océano. Cuatro fieras gigantescas salieron del mar, las cuatro distintas. La primera era como un león con alas de águila; la estaba mirando, cuando le arrancaron las alas, la alzaron del suelo, la pusieron de pie como un hombre y le dieron una mente humana. La segunda era como un oso medio erguido, con tres costillas en la boca, entre los dientes. Le dijeron: «¡Arriba! Come carne en abundancia». Después vi otra fiera como un leopardo, con cuatro alas de ave en el lomo y cuatro cabezas. Y le dieron el poder. Después tuve otra visión nocturna: una cuarta fiera terrible, espantosa, fortísima; tenía grandes dientes de hierro, con los que comía y descuartizaba; y las sobras las pateaba con las pezuñas. Era diversa de las fieras anteriores, porque tenía diez cuernos. Miré atentamente los cuernos, y vi que entre ellos salía otro cuerno pequeño; para hacerle sitio, arrancaron tres de los cuernos precedentes. Aquel cuerno tenía ojos humanos, y una boca que profería insolencias. Durante la visión miré y vi que colocaban unos tronos. Un anciano se sentó. Su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas; un río impetuoso de fuego brotaba delante de él. Miles y miles le servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros. Yo seguí mirando, atraído por las insolencias que profería aquel cuerno; hasta que mataron a la fiera, la descuartizaron y la echaron al fuego. A las otras fieras les quitaron el poder, dejándolas vivas una temporada. Seguí mirando. Y en mi visión nocturna vi venir una especie de hombre entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el anciano venerable y llegó hasta su presencia. A él se le dio poder, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su poder es eterno, no cesará. Su reino no acabará".
¿Y qué?
Pues que aquí se da -unos veintiún siglos antes de Jesucristo- algunas de las claves para explicar -con cierto realismo- la atracción por el mal. Me corrijo: el destino que tendrá el mal, que en esta imagen está encarnado en una bestia. Me impactó que estuviera descrita tan sencilla pero eficazmente la atracción por el mal. Todo el mundo, quizás, estará de acuerdo en que si uno pasea por un bosque y pasa por el lado de una gran verja, posiblemente mire. Pero si en esa gran puerta se lee "prohibido pasar", tal vez esa mirada sea ya segura, más que probable. Y algo más que una mirada. Nos atrae lo prohibido. Nos gustan las películas de miedo. U2 lo dice en una canción de modo simpático: "She's always attracted to the things she's afraid of". Ella siempre se siente atraída por las cosas que teme. No está mal. Y no sólo por las que teme, sino por la malas.
La atracción al mal está ahí. Su origen está, dice la explicación católica, en el pecado original, en el orgullo, en la propia decisión de no querer reconocerse criatura. Los griegos llamaba a ese exceso hybris,y así lo traducían: soberbia. No está mal. Estamos tocados, torcidos. Y aunque nos han redimido (re-comprado: somos de Dios), tenemos todavía esa inclinación.
Pero, y ya se acaba esta minireflexión, la lectura sigue: el bicho que tanto atraía y tanto poder tenía -más todavía que las otras tres fieras- es descuertizado en un momentito y echado al fuego. Y luego, llegó el que debía reinar con el reinado sempiterno. Y todos contentos. Esa es la cosa.
¡Au!
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