Escuché en a radio hace unos meses -estábamos en 2013, en el centenario de su nacimiento- un programa sobre el Pare Antoni Martorell. Su vida es una maravilla. Aquí, puede leerse un resumen.
Le hicieron una entrevista a su albacea musical, que cuando le conoció era una chiquilla cargada de entusiasmo; y que envejeció a su lado, ayudándole a seguir componiendo y ordenando su obra.
El Pare Antoni Martorell fue un franciscano músico, y un músico franciscano. Tuvo un papel más que relevante en la renovación de la música litúrgica, después del Concilio Vaticano II. Muchas de las canciones que en Catalunya se cantan son suyas. Además, es famoso por sus canciones populares y sus fugas. Ahí va una, preciosa.
Pero quería detenerme en un detalle cargado de relevancia. En un momento de la entrevista, el conductor del programa le hace a la mujer que mejor conocía al Pare Martorell una pregunta fundamental, igual que la respuesta:
-¿Qué cosas le reportó ser franciscano (al Pare Martorell)?
-No se le entiende sin eso. Le reportó, entre otras cosas, alegría y sentido optimista:"Que no me vengan con gente tristona", solía decir. Y eso que su vida fue dura: no conoció a su madre, que murió siendo él un niño. Otra cosa que le dio fue la contemplación de la naturaleza, que le hablaba de Dios. Él salía a verla, a pasear, a fijarse. La consideraba, como san Francisco, el segundo Evangelio. Hablaba, como su santo fundador, de la hermana agua y la hermana golondrina. Su belleza le llevaba al Creador.
La ecología es un movimiento muy aprovechable y noble. El Evangelio, bien entendido, está preñado de una sana ecología, que pone al hombre en la cumbre de la creación, pero que también acepta que el planeta es su jardín, del que ha de cuidar, y no solo explotarlo.
Que la hermana golondrina no es para tirarle piedras con un tirachinas, vamos.
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