Ayer, mientras tomaba un café con un amigo, la conversación nos llevó a hablar de las semillas y los árboles. Un topicazo, lo sé: de las semillas vienen los árboles.
Pero, ¿quién fue, por así decirlo, el Newton de los árboles?, ¿quién, el Einstein de la agricultura? Porque fue más que genio el primero que se dio cuenta —y se asombró, sin duda— de que los árboles venían de las semillas y que, por tanto, podía uno plantarlos donde le pluguiera (o "pareciera", que se lee mejor). Así, el absolutamente asombroso y genial invento de la agricultura pasa oculto en las clases de no sé qué curso de primaria o secundaria.
Animo al lector a pararse un momento y pensar no en lo revolucionario de la agricultura (en el dominio de la naturaleza por parte del hombre: el pino no depende de mí en su ser... pero sí en su lugar), sino en el concepto y en su invento: en el primer hombre que lo descubrió.
¡Qué maravilla de hombre debió de ser!: observación, paciencia, tiempo libre, inteligencia, deducción, ver donde no hay, suponer... Todo en uno. Ojalá no las perdamos: compensa perder tiempo en asombrarse otra vez con lo cotidiano.
Reasombrarse.
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