Mi madre no me conoce científicamente

(En honor de mi madre, que cumple años el 23)

¡La ciencia! ¡La seguridad que nos da saber que nunca nuestro estado de ánimo la hará variar; de que dos más dos serán cuatro aunque yo tenga fiebre o esté deprimido! De que, dicen, fuerza-es-igual-a-masa-por-aceleración. 
Resumiendo, claro. Y eso, a pesar de mis neuras. ¡Qué bonita sería una estabilidad así en todos los ámbitos del obrar humano! Una ética segura cien por cien. Unos valores morales cien por cien aceptables por el cien por cien de la población...

A ese anhelo de seguridad, de no equivocación -de bondad, en definitiva- dedicaron muchas de sus fuerzas personas como Descartes o Spinoza, esos filósofos de hace ya unos siglos. Buscaron la seguridad y certeza total del conocer.

Ilusos: con mucho menos nos basta. 
Mi madre me conoce perfectamente: con solo oír mi voz vía teléfono sabe si me duele la cabeza o no. En vano disimula uno. Y eso, sin logaritmos.

-Es un sexto sentido.

No, es el amor.
Digámoslo: que no, que no todo tiene por qué ser científico. Que el amor es la forma más alta y perfecta de conocimiento.

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