El viernes pasado vi con unos amigos esta obra maestra de Hayao Miyazaki: "El viento se levanta".
Tengo la sensación de que se le puede sacar mucho jugo, vencida la preliminar y ficticia pega de que es una película de animación. Por lo visto, es el propio Miyazaki quien dibuja casi todo. Los ordenadores son secundarios.
Tiene esta película lo que, a mi modo de ver, tienen todos los grandes clásicos: frases duras y directas, dichas a la cara sin tapujos, y, a la vez, sin gran aparato, como quien se saluda o comenta lo precioso del día. Me explico. En un momento dado, a Jiro, el protagonista secundario, su hermana le para los pies y le dice:
"no sabes amar: tu amor es demasiado egoísta".
Y la película sigue su curso, después de tal carga de profundidad. Pues eso, muchas veces.
He dicho protagonista secundario porque el primario es el viento, según convenimos quienes la veíamos. El título está tomado de un verso de un poema de Paul Valery, del cual puede leerse una versión aquí.
Y la frase es esa: "El viento se levanta... ¡hay que intentar vivir!".
Y en esa frase está la segunda parte del post anterior a este. En nuestra sociedad ácida, se nos olvida disfrutar de las cosas, vivir.
Esta película está ambientada en la segunda guerra mundial (sus preparativos). Sucede de todo: un terremoto, la crisis de la tuberculosis, el ingente trabajo -inacabable- de un recién estrenado ingeniero que tiene que poner a los aviones de Japón por delante de los alemanes... Y al protagonista se le confunden los sueños con la realidad, y tira tanto de vivir sus sueños que acaba sin vivir su vida. Y ya al final, cuando se da cuenta, ¿es tarde?
Espero que no.
Me contó un amigo una vez un hecho que tiene que ver con esto. Una chica lista y trabajadora -su hermana- había acabado su carrera y había empezado a trabajar para una potente empresa. En pocos años, su vida había cambiado: se casó, y subía como la espuma, como el trabajo que se le acumulaba día a día. Un día, sin razón aparente, se echó a llorar: no estaba feliz. Y se paró y se dijo: "A ver, ¿cuándo era yo feliz?". La respuesta le vino a la cabeza a la velocidad del rayo: "cuando tenía 18 años y soñaba con casarme y tener hijos". Y decidió tener hijos, cosa que había pospuesto por su trabajo. Y fue a su jefe y se lo explicó. Y estuvo tan contenta con el primero, que tuvo otro. No sé si lógicamente (y sería lástima) pero el caso es que tuvo que renunciar a algo de su sueldo, porque su vida familiar no daba para tanto. Hasta aquí lo que yo sé. Prefirió trabajar para vivir a vivir para trabajar.
Pues eso: hay que vivir.
PD: Dejo en el tintero la importancia que se da en la película a dar a la sociedad lo mejor de cada uno, los mejores talentos. Espectacular. Quizás una visión trascendente -con un Dios personal que cuenta con cada uno y sus talentos- daría todavía más realce a esto último. Aunque ya es mucho el que tiene.
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