"Una vida sin examen, no vale la pena vivirla". Eso decía Platón. Dicen. No me he parado a certificarlo. No me extrañaría que fuera suya, la frasecilla. Ni que no lo fuera. Lo importante es la idea.
El caso es que cuando uno se examina -a uno mismo, y no a los demás solamente, que ya es un paso-, parece lógico proponerse cambiar a mejor en algunos aspectos.
Dicen otros que la gente mejora pero no cambia. Obviando lo contradictorio de la frasecilla, que es como el anzuelo que te engancha a la verdad que contiene, podemos estar de acuerdo con Alaska: "yo soy así, y nunca cambiaré". Uno puede retocarse un poquillo, eso sí. O puede darle importancia y realce a lo que, aun ser propio, jamás había tenido en cuenta, por los motivos que fuera: miedo, vergüenza, etc.
Total, que este año escuché un consejo de una madre a la que -ironías del destino- por lo visto era yo quien debía ayudar. En una tutoría, me dijeron que hablaban con su hijo de todo y que le animaban a ser buen estudiante y demás. En un momento dado, la madre corrobora algo que su marido acaba de apuntar y concluye:
"Si ya se lo decimos: 'mira, tienes que amar más' ".
Trago saliva: la madre esculpe en el aire formidablemente bien. Después, tras ese momentazo de oro, la tutoría sigue por sus cauces y a mí se me clava ese consejo, válido para todos: amar más, amar mejor. Tal cual.
Y hoy, meses más tarde, se lo lanzo a todos ustedes.
¡Un abrazote y buen año!
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