A veces uno ve por casa, o en otros sitios, libros que tienen una cualidad particular: le hacen pensar a uno "un día te voy a leer". Pues hace unas semanas comencé con uno de esos: "La Ciudadela" de A. J. Cronin. Solo había oído buenas críticas. Y lo cierto es que está cumpliendo las expectativas. Desde la primerísima página. De hecho, la foto es de la primera página hábil de libro.
En las últimos suspiros de esa hoja, se lee una maravilla:
"Manson suspiró profundamente. Sintió una afluencia de energía, una súbita y sobrecogedora alegría, nacida de la esperanza y la promesa del futuro".
-¿Y qué?
-¡¿Y qué?! Bastantes cosas.
El tal Manson se llama Andrew. Y es un médico recién salido del horno. Y es su primer trabajo. Y está absolutamente emocionado: es joven y el futuro es abierto y esperanzador. Es el lugar donde va a desarrollarse, su campo de acción gracias a la que va a ser más él, más persona: mejor.
El futuro y la esperanza no son lo mismo. Lo demuestran épocas como la nuestra, en que los jóvenes -algunos más que antes- no ven qué hacer después de la carrera. La esperanza como horizonte puede haberse perdido en muchas ocasiones. La promesa del futuro, el porvenir en que desarrollarme, y no solo sobrevivir.
"La esperanza hace arar al que ara", dice la Biblia, entre otros. Sin futuro -que nos labramos cada uno con el sudor de nuestra frente- no hay presente: es menos presente... y empieza a ser castigo, en vez de premio (presente).
El horizonte de sentido es lo determinante: qué hago yo aquí, para qué estoy aquí, qué se espera de mí, qué espero yo mismo de mí.
Como para darle vueltas.
El futuro y la esperanza no son lo mismo. Lo demuestran épocas como la nuestra, en que los jóvenes -algunos más que antes- no ven qué hacer después de la carrera. La esperanza como horizonte puede haberse perdido en muchas ocasiones. La promesa del futuro, el porvenir en que desarrollarme, y no solo sobrevivir.
"La esperanza hace arar al que ara", dice la Biblia, entre otros. Sin futuro -que nos labramos cada uno con el sudor de nuestra frente- no hay presente: es menos presente... y empieza a ser castigo, en vez de premio (presente).
El horizonte de sentido es lo determinante: qué hago yo aquí, para qué estoy aquí, qué se espera de mí, qué espero yo mismo de mí.
Como para darle vueltas.
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