Porque nos han robado —una vez más— las palabras.
Algo magistral ya no es algo magistral. Ahora es sinónimo de poco democrático, aburrido y casi antediluviano, como si eso fuera malo...
Antes era algo digno de imitación (sobre todo eso): por ser algo elevado a un grado superior por quien sabe, algo precioso, algo técnicamente perfecto. Ahí está la precisa etimología.
A pesar del robo de palabras, todo el mundo sabe cuándo está delante de un maestro en algo: ante un Zidane (es mi piñón, sí), o un Messi, ante un Nadal o un Federer, ante un Beethoven, ante un Michellangelo, ante un Gaudí... Ante un fuera de serie: alguien que sabe mucho más que los demás y que puede explicar. Y los demás, a callar para, sobre todo, escuchar y aprender: a sorber todo lo que se pueda del que sí conoce. O conoce más que uno.
Son una autoridad. Que así se ha dicho siempre hasta ahora. Nos hemos quedado hoy día en el "tienen autoridad". Y el verbo "ser" era mejor, y otra cosa. El profe que sabía, sabía. Y sus alumnos también lo sabían. Dicho rápidamente: si no sabes, amigo profesor, se sabe. Y no hay griterío o vociferación que calme eso en tus alumnos.
Recuerdo el mundial de 2006. Zidane y su cabezazo. Eso fue el punto final. Pero antes... Antes los espectadores eran eso, espectadores: se levantaban y aplaudían y suspiraban cuando los maestros tocaban el balón. Sé que es un ejemplo barato y tonto. Lo mismo ocurrió después con Federer, aunque decían que estaba acabado: cuando salía a la pista, pasaba algo. Lo mismo sucedía con Jordan. (Pero el vídeo que adjunto aquí será de Messi, para que no se disguste nadie).
Volvamos al principio: ¿por qué se alaba el pase magistral, el un concierto magistral... y no una clase magistral?
Puede que porque los profesores —¡ay!— no llegamos a ser maestros. Simple y llanamente. Valga la generalización: nos hemos ido quedando atrás y nos falta maestría: saber la asignatura, y saber hablar, y saber comunicar (tener claro quién habla y a quién y de qué y cuándo y dónde y por qué y para qué: eso es comunicar), y no necesitar-depender-de un trasto.
Recuerdo a uno que me lo decía, un tanto alevosamente y bastante a bulto: "Si no sabes dar clase en medio de un descampado, no sabes dar clase". Aristóteles, paseando. Sócrates, otro tanto. Santo Tomás, apoyado en una columna y respondiendo a cualquier (quodlibet) pregunta.
¿Volveremos a ser profesores con conocimiento y no solo con carcasa, por muy brillante y mecanizada y apple que sea? Quizás, con las golondrinas. (Bécquer, otro maestro).
PD: Lógicamente, si a un maestro-maestro le enseñas a usar otras tecnologías, quizás sea brillante así también. Aunque también puede pasar que los alumnos prefieran de él su viejo y desfasado método. Ya se sabe: "usted suba ahí y hable, que lo hace genial". O "es que explica historia como si fuera un cuentecillo. Es el amo". Y demás lindezas que los profesores escuchan.
Porque los alumnos, como todo hombre, quieren naturalmente conocer, y no sólo divertirse. Eso ya lo sabía Aristóteles, que comienza así su ladrillo por antonomasia: su Metafísica.
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