He empezado a leer hace nada "Prometeo encadenado", esa inmortal obra del ateniense Esquilo, el que fuera ni más ni menos que maestro de Sófocles y Eurípides. O sea, el trío de genios de la tragedia griega. No, quizás, los primeros, pero sí los mejores, los que han quedado. Los que han sido estudiados (Aristóteles, en su "Poética), y leídos e imitados, por todos. También por el gran Shakespeare.
Con todo esto (y algo más) en la cabeza empecé a leer "Prometeo encadenado", en busca de grandes cosas, grandes verdades, grandes ejemplos... y todo excelentemente dicho. Y la cosa va por buen camino.
Ya conocía la historia de Prometeo: el benefactor de los hombres, que robó el fuego a los dioses y fue castigado por ello: le encadenaron a una roca, donde un gran pájaro le comería las entrañas cada día, y cada día se regenerarían.
Encadenado a la roca, Prometeo recibe la visita de las Oceánides, que le interrogan sobre la causa de su desdicha y castigo. La respuesta es una lección magistral de lo que hoy día llamamos inteligencia emocional:
"Para mí es doloroso hablarte de ello
mas también doloroso me es callarlo".
Y sigue, más adelante, dando razón de un persistente silencio en que se había sumido tras una larga explicación:
"No penséis que es desdén o que es orgullo
o que cierra mi boca. Es que se angustia
mi alma al verme atado de esta guisa.
(...) Mas me callo: sabéis lo que diría.
Y ahora, oíd las penas de los hombres".
¿Qué tontería, verdad?
Pues no: en ese "hablar sin hablar" se dice mucho. Se reconoce, en primer lugar, que uno está sufriendo. Por algo exterior y por tener que contarlo. Y se sabe que el sufrir es algo muy personal. Pero, como se es consciente de que la soledad del dolor puede ser acompañada y se pasa más fácilmente, se habla. Eso es el con-suelo, la con-solación: el estar solo con otro. Un nivel de inteligencia ante el dolor más alto del que solo se calla y se lo traga todo.
La segunda cita es todavía más rica, según se vea. Cita -para negarlos- algunos motivos que atenazan al que sufre y no lo muestra. Al que se mantiene solo en su dolor. Y explica que el suyo es otro.
Maravilla del lenguaje: "me callo", dice.
A eso, además de inteligencia emocional, se le llama preterición: es un recurso literario fabuloso, que consiste en decir que no se va a explicar lo que de hecho uno acaba por contar.
Seguiremos.
"Para mí es doloroso hablarte de ello
mas también doloroso me es callarlo".
Y sigue, más adelante, dando razón de un persistente silencio en que se había sumido tras una larga explicación:
"No penséis que es desdén o que es orgullo
o que cierra mi boca. Es que se angustia
mi alma al verme atado de esta guisa.
(...) Mas me callo: sabéis lo que diría.
Y ahora, oíd las penas de los hombres".
¿Qué tontería, verdad?
Pues no: en ese "hablar sin hablar" se dice mucho. Se reconoce, en primer lugar, que uno está sufriendo. Por algo exterior y por tener que contarlo. Y se sabe que el sufrir es algo muy personal. Pero, como se es consciente de que la soledad del dolor puede ser acompañada y se pasa más fácilmente, se habla. Eso es el con-suelo, la con-solación: el estar solo con otro. Un nivel de inteligencia ante el dolor más alto del que solo se calla y se lo traga todo.
La segunda cita es todavía más rica, según se vea. Cita -para negarlos- algunos motivos que atenazan al que sufre y no lo muestra. Al que se mantiene solo en su dolor. Y explica que el suyo es otro.
Maravilla del lenguaje: "me callo", dice.
A eso, además de inteligencia emocional, se le llama preterición: es un recurso literario fabuloso, que consiste en decir que no se va a explicar lo que de hecho uno acaba por contar.
Seguiremos.
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