Prometeo Encadenado (lecciones y III)


Última entrada, ahora sí, sobre la tragedia de Esquilo "Prometeo Encadenado". Esta vez se trata de un diálogo entre Prometeo y Hermes, el mensajero de los dioses.

Hermes: Entiendo que padeces gran demencia. Prometeo: Sí, si es demencia el odio al enemigo. Hermes: Victorioso, serías insufrible. Prometeo: ¡Ay, ay de mí! Hermes: Pues esta es expresión que Zeus ignora. Prometeo: Todo lo enseña el tiempo envejeciendo. Hermes: Tú aún no has aprendido a ser sensato. Prometeo: Cierto, pues no hablaría a un mayordomo.
Se ven aquí varias cosas. La primera, el carácter fogoso y altanero de Prometeo. Está, con cierta razón, enfadado con Zeus. 
La segunda es la frase que, después de más de veinte siglos, ha quedado: "Todo lo enseña el tiempo envejeciendo". 

No sé si es el primer autor que habla del papel del tiempo en la sabiduría humana, en la educación. Pero no deben de haber muchos antes que él.
Se me ocurren varias frases que explican esta de Prometeo. 
La primera, un condensado que más de una vez, como profesor, puede uno lanzarle a la cara de un alumno adolescente que piensa que ya ha es un adulto de pies a cabeza. "Crecer es obligatorio; madurar, opcional". La segunda, una que duele a los jóvenes: "lo entenderás cuando seas mayor". "La prudencia es virtud de viejos", dicen también.

La diferencia entre un hombre y cualquier otro ser natural es apabullante en muchas cosas. El papel del tiempo es una de ellas. Pero no es solo el tiempo lo que hace madurar. Es lo que uno hace mientras pasa el tiempo, la actitud que tiene, las acciones que realiza. El tiempo hace que envejezcamos. Madurar es otra cosa. Una persona madura puede tener muchos años y poca vejez espiritual. El tiempo y la experiencia vivida y reflexionada da al hombre una sensatez que los jóvenes raras veces tiene, por no haber tenido oportunidad de vivir; o sea, tiempo. 

El tiempo como ocasión para aprender, y no sólo como limitador: tiempo que se va.
La vida actual, sin embargo, va muy deprisa. Se trataría de encontrar el modo de hacérselo ver a las nuevas generaciones: el tiempo no para, y hay que aprovecharlo para no arrepentirse. Para eso, el que tiene que parar, de vez en cuanto, es uno mismo: y ver qué ha pasado, y por qué, y tomar lo bueno y lo malo. Reflexionar: coger lo que ha ocurrido en el tiempo y sacarlo de esos parámetros restrictivos.





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