¿Dónde están (escondidos) los intelectuales (cristianos)? (artículo pesado: abstenerse quienes tengan prisa o poca paciencia)
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Aquí, un futuro intelectual
En nuestra época líquida, llego tarde ya al debate sobre dónde están los intelectuales católicos que han generado un par de artículos muy sugerentes por muchos motivos.
Esa tardanza, sin duda, me desautoriza en las redes: "se te pasó el arroz, tontín". Ya, bueno.
Pero me da una clara ventaja en lo que importa —y dejo aquí un genuino spoiler de este articulillo—: la verdad del asunto, que no está sujeta al tiempo en el mismo sentido que la moda. Porque he podido leer y pensar. Y ahora escribo. Por ese orden, aunque de sobras sé que son cosas que suelen ir unidas.
Vamos primero a cuestionarnos si el enfoque es el adecuado. O si hay otros.
Porque resulta que a lo mejor no tiene por qué necesariamente haber intelectuales católicos para que el catolicismo funcione, por así decir. Me explico. Lo que siempre ha obtenido como fruto el catolicismo no es la intelectualidad, sino la santidad. Jesucristo eligió a 12 personas. Ninguna era intelectual. Pero acabaron siendo santos, salvo Judas (y vete tú a saber qué pasó al final con él). La santidad es un tipo muy concreto de sabiduría, que podría entenderse como un grado superior —prestado pero integrado: aceptado y hecho propio—, de inteligencia. Un saber vivir llamativamente mejor. Excelente. "Admirable", decía La epístola a Diogneto, del S.II y autor anónimo. Aquí va entera, y ahora un fragmento:
Los cristianos no se distinguen de los demás hombres, ni por el lugar en que viven, ni por su lenguaje, ni por sus costumbres. Ellos, en efecto, no tienen ciudades propias, ni utilizan un hablar insólito, ni llevan un género de vida distinto. Su sistema doctrinal no ha sido inventado gracias al talento y especulación de hombres estudiosos, ni profesan, como otros, una enseñanza basada en autoridad de hombres.
Viven en ciudades griegas y bárbaras, según les cupo en suerte, siguen las costumbres de los habitantes del país, tanto en el vestir como en todo su estilo de vida y, sin embargo, dan muestras de un tenor de vida admirable y, a juicio de todos, increíble.
Por todo esto, San Justino, que ya era filósofo antes de ser cristiano, no dudó en llamar filosofía al cristianismo.
Pero no es eso, esta religión. Es el encuentro personal —no solo intelectual, ojo— con una Persona que te busca y a la que tú buscas, sin saberlo tantas veces. Y que cambia tu manera de ser desde dentro, logrando que quieras vivir como Él enseñó (y quedó recogido en el evangelio de san Juan 13, 34-35): "Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros". En vivir así consiste el cristianismo. Y esa era la única cosa necesaria. Por eso decía San Juan Damasceno en el siglo VIII:
"Cristo nos ha dejado para que fuésemos como lámparas; para que nos convirtiéramos en maestros de los demás; para que actuásemos como fermento: para que viviéramos como ángeles entre los hombres, como adultos entre los niños, como espirituales entre gente solamente racional; para que fuésemos semilla; para que produjéramos fruto. No sería necesario abrir la boca, si nuestra vida resplandeciera de esta manera. Sobrarían las palabras, si mostrásemos las obras. No habría un solo pagano, si nosotros fuéramos verdaderamente cristianos".
Eso da una pista, sin duda.
Primero vida. Luego, testimonio.
En la exhortación apostólica de 1975 Evangelii nuntiandi, citada a menudo por el papa Francisco en su Evangelii gaudium, se lee:
«El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio».
Lo que no sabía yo es que esa frase ya había sido dicha en un discurso anterior ante el Pontificio Consejo para los Laicos, el 2 de octubre de 1974.
«Los motivos de esa atracción que siente el mundo actual hacia el testigo auténtico de Cristo se pueden reconducir a cuatro».
Primero: «busca algo invisible e inmaterial».
Segundo: «Los hombres de nuestro tiempo son seres frágiles que conocen fácilmente la inseguridad, el miedo, la angustia».
Tercero: «A las nuevas generaciones les gustaría encontrar más testimonios de lo Absoluto. El mundo espera el paso de los santos».
Cuarto: «El hombre moderno también se plantea, a menudo dolorosamente, el problema del sentido de la existencia humana. ¿Para qué la libertad, el trabajo, el sufrimiento, la presencia del otro?».
Hay otro paso previo: ¿para qué hacen falta esos intelectuales católicos? Porque en el artículo se les da (a unos muy concretos) la misión de enseñar. Esa misión la tienen en la Iglesia, según veremos, todos los fieles. No solo los intelectuales. Al final de todo, dos ideas al respecto.
El problema es doble, para más inri: primero, ¿no estará confundiendo enseñar con dar testimonio?; y segundo, ¿no estará minusvalorándose a los laicos en su labor de enseñar? Creo que comete los dos errores.
¡Menudo paquete era el santo Cura de Ars en tanto que intelectual! Pero fue un santo de primera. Y sabía lo que debía saber: que Dios suple si uno ha puesto toda la carne en el asador. Y vaya si suplió.
Dicho esto, aceptemos que ha habido intelectuales que han sido católicos y católicos que han sido intelectuales. El mismo Justino, ya citado. Podemos entrar ya en el debate sobre dónde están ahora esos intelectuales, visto que el articulista cuenta tanto con ellos.
Como esto va para largo, primero respondo y luego argumento, por si alguien se cansa:
Los intelectuales cristianos, con todas los matices que tiene esa expresión, no están escondidos. No es tan fácil la cosa.
El problema es doble. Primero: que no hay ya muchos intelectuales; así, en general: cristianos o no, por lo que se dirá más adelante.
Segundo: que la mayoría de los intelectuales católicos que hay son laicos y, por eso, no llevan cartel de "soy católico". Y, por eso, tampoco toman como medio de expresión solamente lo oficial. Gracias a Dios, han ido descubriendo poco a poco que su papel es tan importante como el de la jerarquía. Y lo que falta. Si se refería a eso, bienvenido sea (y revisado) su artículo (en sus formas).
Eso sí, si se pensara —cosa que ya no se puede hacer, según intentaré explicar como pueda— que los católicos son solo los obispos o los órganos oficiales de la Iglesia... entonces tampoco están escondidos. Están, como siempre, tapados a conciencia por quienes no soportan lo católico. Pero eso ya cambió, poco a poco...
Todo comienza para mí con la lectura de unas líneas que comentan otro artículo: uno de Diego S. Garrocho: ¿Dónde están los cristianos? A decir verdad, no he podido leerlo entero: es de pago ya, y me he quedado en la entradilla y las primeras líneas. Pero eso ya me sirve de algo. Comentemos brevemente ese algo.
La entradilla, según tengo entendido, debe ser un buen resumen de todo el texto. Así que supondremos que lo es. Y se expone esto:
"En un escenario marcado por la guerra cultural en el que cada identitarismo exhibe a sus representantes y activistas, el pensamiento específicamente cristiano se encuentra del todo ausente".
No está mal lo asertiva que es. Solo que hay varios matices que convendría dar. Y que quizás da en el artículo.
Uno. Habla de "Guerra cultural". Como Peter Kreeft, un profesor de Boston, ya hizo en 2003 con un librín simpático y profundo. Uno de los más de 40 que ha escrito y que pueden comprarse, ¡caray!, cómodamente en Amazon.
Dos. Sostiene que "cada identitarismo exhibe a sus representantes y activistas". Quizás. Pero el catolicisimo es, por definición, algo que está más allá de lo solo identitario: es para todos, kata holos: católico
Tres. Habla de "pensamiento específicamente cristiano", y ahí hay mucha tela que cortar. Demasiada para un artículo. Dio para todo un debate ni más ni menos que de Etienne Gilson y Jacques Maritain en la Sorbona. Entre otras personas. Aquí, un pequeño resumen que conviene leer. A no ser que uno tenga prisa y pocas ganas de entrar al problema. Lo católico incluye todo lo humano, y lo sobrehumano por añadidura. Por eso no hace falta ser católico para pensar según qué cosas. Al texto me remito.
Y, cuatro, añade también que, de ese debate, el pensamiento cristiano "está del todo ausente". Imagino que se trata de una hipérbole buscada en pro de la vistosidad. "Del todo" suena muy fuerte. Sobre todo porque el pensamiento anticristiano lo es partiendo del cristianismo, al que trata de negar. Las burlas y la negación de lo cristiano lo presuponen. Me remito, además, al punto uno, tan solo unas líneas más arriba.
En cuanto a las primeras palabras del artículo... son intersantes, y pienso que algo contradictorias, por suavizar. Veámoslo:
"A pesar del terremoto mediático promovido en distintos frentes, durante el último mes ha sido significativa la atención que se le ha brindado a la encíclica del Papa Francisco Fratelli tutti. Intelectuales, políticos, influencers y milicianos del tuit han sentido la necesidad de invocar las palabras del Pontífice, inaugurando una costumbre insólita en nuestro país como es comentar -ya no diré leer- el contenido de una circular papal".
En estas pocas líneas reconoce quizás de modo inadvertido algo que, opino, contradice visiblemente la teoría que luego intenta defender: que no hay intelectuales católicos. La cosa es obvia: ha sido escribir el Papa y darse una "significativa atención" de "intelectuales, políticos". ¿No había ahí ningún católico? Yo mismo he leído críticas (favorables y desfavorables) de parte de católicos. Será que no eran intelectuales. U otra cosa, que no comprendo.
Además, ¿quién comentaba antes al Papa? Más: ¿quién leía antes al Papa? Más aún: ¿quién sabía siquiera que había escrito algo? Todavía más: ¿quién sabía quién era el Papa? En los 21 siglos que llevamos de Iglesia Católica, no dudo en decir que nos encontramos en la época —ponle un siglo, grosso modo— de máxima visibilidad. Al menos de la parte jerárquica. Aunque sea para mal.
Y ya que hablamos de lo jeráquico, aunque ya abundaremos en esto, hagamos un incisillo, en honor a la verdad. Porque se parece, opino, a lo que sucedia hasta hace bien poco. ¿Qué hicieron los nazis con la Mit Brennender Sorge? (Encíclica "del sumo pontífice Pío XI sobre la situacón de la Iglesia Católica en el Reich alemán", que he podido leer gracias a internet: "quien busca, encuentra"... Cita evangélica, por cierto. Cita que he encontrado exactamente (Mateo 7, 7) en un breve espacio de 10 segundos: aquí, en la web de la Cope en la que comentan el Evangelio, a la que jamás había entrado hasta ahora... Es que no salimos de una para ir a otra). Lo que hicieron no fue oponerse, sino ignorarla. No darle pábulo. No comentarla, no sea que el mundo se entere. Táctica nada despreciable. El mayo desprecio es no hacer aprecio.
"Llegará un momento en que la gente no peleará con la verdad. Serán más listos y la ignorarán". Diálogo que muestra en forma cinematográfica lo que estamos diciendo, lo que los nazis hicieron de forma práctica. ¿La película? "A Hidden Life", de Terrence Malick, un cristiano. Una barbaridad de filme sobre la escondida (y transformadora) vida de Franz Jaeggerstätter, ese mártir que no quiso doblegar su conciencia recta ante el poderío nazi. Contiene unos diálogos profundos como su director, doctor de Heidegger, de quien tendremos ocasión de hablar también aquí.
Primera idea más que importante: un católico sabe que Dios es quien guía el mundo, contando con nuestra libertad, pero que el mal está presente también. El demonio, de cuya existencia dudamos equivocadamente hoy día como bueno nietosa atontados de cierta Ilustración atea, es el príncipe de este mundo (cfr. Juan 14, 30). Pero no el rey. En este sentido: el católico sabe que el partido será ganado al final. He leído hoy (aquí) que Pablo VI, a quien tocó dar testimonio como santo e intelectual, fue muy consciente de eso que comentamos:
En sus notas personales, el Papa escribe: «Un nuevo periodo después del Concilio. ¿No ha terminado nuestro servicio? (…) Tal vez el Señor me ha llamado y me mantiene en este servicio no porque yo tenga aptitudes para ello, ni para que yo salve a la Iglesia de sus dificultades actuales, sino para que sufra un poco por la Iglesia y resulte evidente que solo Él es quien la guía y salva».
Ya he reconocido al principio que no he leído entero el artículo primario. Afortunadamente, hay alguna que otra cita en el que ahora trataremos. Porque el debate sigue con un texto de Miguel Ángel Quintana Paz, que sí he leído. Atentamente. (Y con otros, muy interesantes, a los que dedicaremos un tiempo después de comentar este). Y que le agradezco porque ayuda a pensar.
Sigamos con la entradilla, que repite una frase del final del artículo:
«Las vibrantes discusiones que caracterizaron la universidad medieval son hoy solo un recuerdo mortecino»
Las discusiones medievales a las que hace referencia siempre han sido un recuerdo mortecino. Porque apenas llegaban al mundo de los mortales que no iban a la universidad en esas épocas. Eso para empezar.
Además, añadiría que esas discusiones eras posibles en las universidades porque eran católicas. Es decir, lugares que tenían como fundamento del conocimiento dos cosas absolutamente increíbles: la verdad y la posibilidad de entenderla (la inteligencia) de todos los que allí acudían. Por eso había diálogo verdadero: diálogo real y sobre la verdad. Hoy no ocurre esto: no hay verdad. No se quiere en muchos ambientes, al menos. Tres apuntes:
Uno. Siempre recuerdo a San Anselmo respondiendo al monje Gaunilo sus preguntas sobre el argumento ontológico. Y a Descartes despejando los balones, las preguntas, que le mandara Gassendi. Y hacer lo mismo a este tercer filósofo. Y al mismo Descartes decir, y quedarse tan pancho, lo que apunta en su segunda de sus Mediaciones metafísicas:
"Pero ¿qué es un hombre? ¿Diré, acaso, que un animal racional? No por cierto: pues habría luego que averiguar qué es animal y qué es racional, y así una única cuestión nos llevaría insensiblemente a infinidad de otras cuestiones más difíciles y embarazosas, y no quisiera malgastar en tales sutilezas el poco tiempo y ocio que me restan".
Dos. El flamante y sorprendente documental de Netflix sobre las redes sociales (The social dilemma) así lo reconoce, por fin: nos falta una definición de verdad.
Tres. Añado aquí mi fervorosa recomendacion de un libro de Christofer Derrick, un discípulo de C.S. Lewis. Pequeño per matón, tiene un título precioso, un subtítulo abofeteante y un contendido esencial: Huid del escepticismo. Una educación liberal como si la verdad importara. Clap, clap, clap.
Si se sigue leyendo el artículo, se descubre el fondo de armario del autor.
Porque, uno, el artículo de Quintana Paz parece equiparar, probablemente sin darse cuenta, que lo católico es simplemente lo moral, como señala el artículo de Torralba citado más adelante. Y no.
Y, dos, parece que sostenga que lo católico es lo jerárquico o, como mucho, su longa manus, sus subordinados, sus mandados. Por eso habla de la cope y de las universidades católicas. Un atropello sibilino a la libertad de pensamiento de los laicos singulares. Parece que busque la masa, cuando ya no es eso lo que se lleva. Lamentablemente o no.
"un buen modo de mostrar que Diego y yo nos equivocamos sería que radios, televisiones, colegios, universidades, institutos, editoriales, museos católicos recogieran este guante. No como lo recoge una damisela ofendida; sino como un reto para batirse en duelo intelectual. Para demostrarnos a nosotros, a todos, que el cristianismo, dos mil años después, sigue aprovechando cualquier ocasión para ponerse de actualidad".
Tres. Parece (en su significado objetivo) que quiera hablar solamente de la oficialidad de la Iglesia Católica. Y en España, ni más ni menos, país donde "los curas son la iglesia" es el equivocado lema al que se suele seguir de un "la única iglesia que ilumina es la que arde". (Es la versión hispana de la frasecilla de Diderot, el cofundador de la enciclopedia: "El hombre sólo será libre cuando el último rey sea ahorcado con las tripas del último sacerdote"). Así nos va.
Cuatro. Leyendo su artículo, parece, además, que quiera que la oficialidad del Estado, de izquierdas actualmente, dé propaganda libre al catolicismo. Para ingenuos, los cuentos de niños. Se ve a la legua que no lo es, pero cuesta entender su texto de otro modo.
Cinco. Parece no entender que, de hecho, lo católico —con sus deficiencias debidas a los católicos, más que al el mensaje en sí— está más presente que nunca. Aunque no en el aparato oficial, gracias a Dios. Hoy vivimos otra cosa. Hay que buscar. Y se encuentra. (Aquí, un ejemplo bien bueno, generado por Messi). Porque la época de las redes sociales ha potenciado definitivamente a quienes quieren dar voz a sus pensamientos y publicitarlos. Difícilmente habría encontrado su propio artículo, y los que voy a citar, hace años. Porque había medios oficiales y contraoficiales. Eso es pan de otros años, en parte.
Y seis. Parece, dicho ya de modo claro, no entender qué es un laico. (Pero, lamentablemente no es el único, y aquí está el problema). Citemos al Catecismo (internet, again), que así no mezclamos opiniones. Y bastará con poner en negrita algo:
897 "Por laicos se entiende aquí a todos los cristianos, excepto los miembros del orden sagrado y del estado religioso reconocido en la Iglesia. Son, pues, los cristianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, que forman el Pueblo de Dios y que participan a su manera de las funciones de Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo" (LG 31). (LG no es un móvil, querido millenial. Son las siglas de Lumen Gentium —a saber: Luz de las Naciones, en referencia a lo que Jesús es—, la constitución dogmática fruto del Concilio Vaticano II sobre qué es la Iglesia y qué puede aportar al mundo. Libro que casi nadie ha leído, en parte por la fama de pesados de los libros, fama en parte merecida: lo cual nos da pistas de la tesis de este artículo)
La vocación de los laicos
898 "Los laicos tienen como vocación propia el buscar el Reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios [...] A ellos de manera especial corresponde iluminar y ordenar todas las realidades temporales, a las que están estrechamente unidos, de tal manera que éstas lleguen a ser según Cristo, se desarrollen y sean para alabanza del Creador y Redentor" (LG 31).
Y para lograrlo, hay muchas maneras. No solo una. No solo la que la jerarquía asume como propia porque debe.
Así que... ¿catolicismo oficial entendido como "te digo lo que has de pensar en lo opinable"? Nunca más, por favor. Es muy cómodo que te digan qué pensar, como se quejaba Kant en su famoso texto ¿Qué es la Ilustración? Otra cosa es que se señale a los creyentes (aquí, uno que hace lo que puede) qué deben creer. Que les recuerden el depositum fidei, depósito de la fe y sus posibles aplicaciones: lo recibido, lo enseñado, el dogma (que viene del griego dokeo: "lo enseñado", palabra absolutamente muy bien elegida, por tanto), aquello que no puedo desvirtuar: des-virtuar: quitar fuerza.
Ahí está el tema (uno de ellos): en quitar fuerza a lo recibido, porque nos parece muy exagerado, muy poco cultural, muy contracultural, como se dice ahora.
Pero, ¿acaso no ha sido eso el cristianismo desde siempre? Así dice la impresionante Introducción al cristianismo de Joseph Ratzinger, un intelectuales de verdad. Y digo "de verdad" en los dos sentidos de la palabra: intelectual cierto e intelectual referido a la verdad (su lema de obispo es Cooperatores veritatis, ayudantes de la verdad). Si se separa intelectualidad de verdad, se pasa a hablar de hamburguesa vegana (de hierbas) al siguiente mes: juegos de palabras.
¿Responsabilidad de los laicos? Cada vez más, por favor. Laicos que sepan qué depósito tienen entre manos. Y lo bueno que es. ("Reconoce, cristiano, tu dignidad", decía San León Magno). Que lo estudien. Que lo aprendan. (Al final, ideas)
Y que lo pongan en práctica, que es lo más importante. Ya sé que es una falsa dicotomía, pero, puestos a elegir, prefiero ser mi abuela (no sabía escribir apenas, pero era practicante de verdad, con sus defectos) que un "teólogo" eminente que esté perdido en la duda y el agnosticismo más pagano.
Lo ideal: tener las dos cosas. El conocimiento y la fe ilustrada: piedad de niños y doctrina de teólogos, decía San Josemaría, en una homilía sobre el adviento, precisamente. Sin miedo a la verdad, venga de donde venga, añade. Es un falso debate que surge de vez en cuando: el temor a la ciencia de los católicos. La contraposición aparente entre fe y razón. La doble verdad averroista y demás: la fe para rezar y la cabeza para pensar. División a granel que no se puede aceptar. Distinición que sí hizo ya Santo Tomás, con todo matiz.
Sobre esto mismo conviene abundar un poco.
Para exponer una idea interesantísima, Juan Pablo II cita a Santo Tomás de Aquino en su Fides et Ratio —n.44, en concreto—:
«omne verum a quocumque dicatur a Spiritu Sancto est».
A saber: "Todo lo verdadero, no importa por quién sea dicho, del Espíritu Santo viene".
Ahí es nada: todo un teólogo (filósofo estudiando el contenido de la fe revelada: sobre esto añadiremos algo muy importante) defendiendo que, no solo Aristóteles, sino incluso su vecino pueden decir la verdad, porque viene del Espíritu Santo. ¿Por qué? Porque todo lo bueno y verdadero viene de Dios. Por creador. Así de simple, a pesar de lo largo del razonamiento implícito.
Esa confianza en la existencia de la verdad y en la capacidad de hallarla y expresarla, está siempre en Santo Tomás. Y estuvo en la plenitud de los griegos. Y falta en nuestro siglo. El relativismo es todo lo contrario, en principio.
Ya que estamos con ese santo y la verdad, ahí van cuatro ideas bien dichas a respecto de la educación, de la que habla también el artículo:
Para que un hombre crezca en sabiduría se precisan cuatro cosas: que escuche de buen grado, que inquiera con diligencia, que responda con prudencia, y que medite con atención.
Y luego lo explica. Aquí, en un sermón, ¡ni más ni menos que es!, sobre el Niño Jesús, que, no me canso de insitir, también he encontrado en internet. Añado que la cita me la pasó un compañero profesor, casualmente hace una semana.
Y añado un regalo que muchos sabrán apreciar: un curso online de doctrina perenne explicada fabulosamente. Se trata de filosofía y teología rica en matices. Saber primero qué dice el catolicismo, y ponerle después la ropa modera que uno necesite cuando la necesite. Sin cambiar nada.
¿A dónde va todo esto?
A distinguir otra vez problemas en el megaproblema que se plantea en los artículos.
No conviene hablar de intelectualidad católica y luego asentir, ni que sea de modo tácito, que, si la jerarquía no salen en los medios públicos, no están haciendo su labor. Porque no es solo la jerarquía. Y porque hay más medios hoy día, por suerte.
Sigamos un poco.
Se burla, con gracia, de las clases de religión o catequesis basadas en pancartas. No me extraña.
Pero poco se reiría si pensara en las vidrieras góticas y los capiteles románicos. (Por no hablar de Gaudí que, sabiendo que ya no se entra en la iglesia, la saca afuera). Quizás son un esfuerzo por hacer inteligible por grados lo complejo del catolicismo. Y empezando por lo basilar: Dios te quiere. Eso le duele al autor de artículo y quizás hasta se burla. Pero es solo porque ha reducido la religión católica a una ética. Y le parece buenismo eso otro. Que, sin duda, puede llegar a serlo según cómo se explique.
Quizás, y sin quizás, nos conviene subir el grado de inteligencia de los pancartas: confiar en la que tienen los chicos. Confiar en la verdad y su poder de atracción. Pero para eso hay que saber: estar formado.
Poco se reiría si pensara (y seguro que lo ha pensado: es listo) en la capacidad de hacerse cultura del cristianismo en todas partes y siglos. ¿Dónde están hoy día? En los libros y películas. Lo cristiano rebosa por todas partes. Quizás haga falta solamente aprender a ver las semillas del Evangelio en todas partes. Y explicarlo. Y, sobre todo, vivirlo.
Y por eso, aquí hay más.
En un artículo muy breve y directo se puede leer una crítica previa al razonamiento: en el fondo, más que intelectuales católicos, lo que faltan son intelectuales. Además, señala que, bien entendido, el ámbito más apropiado para el debate intelectual (y en esto coincido) no es el medio público: no a todos interesa. Ni es rentable. Ni su modo de ser —cada vez más instantáneo y apresurado— propicia la relfexión y la mesura, tan propios de todo intelectual que se precie.
Quizás nos pase ahora como al guitarrista de O'Brother, el peliculón de los Coen, que había vendido su alma al diablo para aprender a tocar ese instrumento:
Decía, para ir acabando, que hay más articulistas que han entrado al trapo. Aquí, Jose María Torralba, con su interesante reflexión titulada "¿Dónde estamos los cristianos?". Se le ve académico. Se sube a las alturas de golpe y porrazo. A buenas alturas, eso sí.
Dejo para el final el excelente y lúcido artículo de José María Rodríguez Olaizola, sj, que también está en internet. Iba a decir que es un texto que va de menos a más. Pero sería engañar: va de más a mucho más.
Y diré la razón de porqué: porque desenmascara el problema de verdad, frente al cual el que comentamos sería secundario. Leamos:
"levo días pensando que en su punto de partida (del debate propuesto por estos dos intelectuales) hay un sobreentendido demasiado optimista. El de que todos los demás sectores tienen una intelectualidad pujante y visible. Me atrevo a ensanchar su protesta, y convertirla en un «¿Dónde están los intelectuales?» Así, en general. Por supuesto, no niego que los haya. Pero sí que su visibilidad pública es mucho menor en todos los ámbitos. Lo que hoy se lleva son polemistas y creadores de opinión, que hacen del hashtag la alternativa al argumento.
Hoy en día el debate intelectual en la esfera pública se ha sustituido por el debate más polemista, pasional y emotivo. Los intelectuales no suelen entrar en este tipo de argumentos, porque no tienen tiempo, ganas ni paciencia para la inmediatez, la inconsistencia y el ataque personal en que suele degenerar cualquier polémica. ¿Hay polemistas cristianos? También los hay, pero menos. Y mucho menos influyentes, porque la dinámica contemporánea es muy poco compatible con la búsqueda de la verdad, o con la justificación de valores que se pretenden absolutos. Y por eso, su propia actitud polémica se vuelve contradicción en ellos.
(...)
Ese es el reto de los intelectuales. Encontrar el modo de suscitar pasión por el conocimiento en un mundo emotivo y fugaz".
De acuerdo. Pues a educar en católico.
¿Quién? ¿Solo los intelectuales? No. Eso ya lo hemos dicho.
Aquí van unas ideas que, Dios mediante, saldrán impresas en breve. Las adelanto aquí porque puedo (con lo mal que suena eso).
Lógicamente, el trato de la criatura con el Creador debería ser parte de la educación de los chicos.
Parte que, en mi opinión, se debería dar en las casas, en las familias: iglesias domésticas, como se las llama en la tradición cristiana. En el Catecismo se lee:
“El hogar cristiano es el lugar en que los hijos reciben el primer anuncio de la fe. Por eso la casa familiar es llamada justamente Iglesia doméstica, comunidad de gracia y de oración, escuela de virtudes humanas y de caridad cristiana”.
Sea como fuera, la parte no solo espiritual (conocimiento) sino sobrenatural es importante en el ser humano, y conviene desarrollarla para un crecimiento armónico. A eso se dedica la religión: la mayor rebeldía del hombre, que no quiere vivir como una bestia , como decía san Josemaría.
¿Dónde educar las personas virtuosas?
La diferencia entre individualista e individualizada es clara. Es la misma que señalaba Sygmund Bauman en una entrevista al distinguir entre independencia e interdependencia. El hombre contemporáneo se ha destrozado a sí mismo muchas veces en su búsqueda de la independencia total, como si le fuera a llevar a una libertad absoluta, sin ninguna atadura. Bauman, sociólogo observador, nos recuerda que no funcionamos así: que necesitamos una sana interdependencia… porque así se da el hombre en la realidad. Así nacemos: así nos hacemos personas. La familia, los amigos y la sociedad. Esos son, grosso modo, los tres ámbitos en que uno es —y va haciéndose— persona. Sostener esto no es algo novedoso.
Muchos autores lo habían señalado con anterioridad. Empecemos con Aristóteles:
… sin virtud, es (el hombre) el más impío y salvaje de los animales, y el más lascivo y glotón. La justicia, en cambio, es cosa de la ciudad, ya que la Justicia es el orden de la comunidad civil, y consiste en el discernimiento de lo que es justo.
Lo mismo dirá años más tarde Marco Aurelio, el emperador filósofo, que fue de algún modo heredero del pensamiento aristotélico:
Los demás seres han sido constituidos por causa de los seres racionales y, en toda otra cosa, los seres inferiores por causa de los superiores, pero los seres racionales lo han sido para ayudarse mutuamente. En consecuencia, lo que prevalece en la constitución humana es la sociabilidad.
La sociabilidad es natural. Y el lugar primigenio es la familia. De la importancia de la estabilidad familiar para la salud mental de los niños se habla cada vez más. Lo mismo ocurre con el reconocimiento del papel insustituible de los padres. Me bastará citar a alguien sorprendente: Robert Kiyosaki. No es pedagogo, ni sociólogo, ni filósofo. Es un gurú de las finanzas personales. Recientemente he leído uno de sus libros, que empieza con esta sincera dedicatoria:
“Para los padres de todo el mundo: los primeros y los más importantes maestros de un niño; y para todos aquellos que educan, influyen y predican con el ejemplo”.
No hace falta ser experto en la materia para saber que los padres son los primeros que educan, ya sea bien o mal, que eso es otro cantar.
Pero no son los únicos. Otro ámbito de educación es la amistad, sobre todo a partir de ciertas edades en que la imitación de lo bueno ayuda tanto. No siempre es, sin embargo, un semillero de personas virtuosas.
Los malos amigos se dañan mutuamente. Así lo señala C.S. Lewis con brevedad:
“Los peligros son plenamente reales. La amistad, como la veían los antiguos, puede ser una escuela de virtud; pero también —ellos no lo vieron— una escuela de vicio. La amistad es ambivalente: hace mejores a los hombres buenos y peores a los malos”.
Finalmente, la sociedad —la escuela, el vecindario, los medios, etc.— puede ser también una fuente de crecimiento estable en el bien. De virtud, dicho de otro modo. El proceso consiste de nuevo en la imitación —no envidiosa: emulación— de quienes viven con uno. Veamos cómo lo dice, otra vez, de Marco Aurelio (que fue un perseguidor de la Iglesia, a pesar de los pesares):
“Siempre que quieras alegrarte, piensa en los méritos de los que viven contigo, por ejemplo, la energía en el trabajo de uno, la discreción de otro, la liberalidad de un tercero y cualquier otra cualidad de otro. Porque nada produce tanta satisfacción como los ejemplos de las virtudes, al manifestarse en el carácter de los que con nosotros viven y al ofrecerse agrupadas en la medida de lo posible. Por esta razón deben tenerse siempre a mano” .
Y, más adelante, prosigue:
“En los escritos de los efesios se encontraba una máxima: «recordar constantemente a cualquiera de los antiguos que haya practicado la virtud»” .
A modo de conclusión
Parece inevitable acabar con más cuestiones: ¿en qué virtudes deberíamos insistir los católicos?, ¿cuál es la mayor virtud? Preguntas atrevidas. El Papa Francisco responde, con la ayuda de santo Tomás: en la misericordia, que es la más importante. Ese disfraz del amor divino hecho a medida del hombre.
Santo Tomás de Aquino enseñaba que en el mensaje moral de la Iglesia también hay una jerarquía, en las virtudes y en los actos que de ellas proceden (cf. S. Th I-II, q. 66, art. 4-6). Allí lo que cuenta es ante todo «la fe que se hace activa por la caridad» (Ga 5,6). Las obras de amor al prójimo son la manifestación externa más perfecta de la gracia interior del Espíritu: «La principalidad de la ley nueva está en la gracia del Espíritu Santo, que se manifiesta en la fe que obra por el amor» (Cf. S. Th I-II, q. 108, art. 1). Por ello explica que, en cuanto al obrar exterior, la misericordia es la mayor de todas las virtudes: «En sí misma la misericordia es la más grande de las virtudes, ya que a ella pertenece volcarse en otros y, más aún, socorrer sus deficiencias. Esto es peculiar del superior, y por eso se tiene como propio de Dios tener misericordia, en la cual resplandece su omnipotencia de modo máximo». (Cf. S. Th II-II, q. 30, art. 4. Cf. ibíd. q. 30, art. 4, ad 1).
Lamento el desorden.
Son ideas que quieren hacer prender otras ideas.
Necesitamos calma para pensar.
Aquí, un supertweet de un intelectual católico, ordenado (en los dos sentidos más sencillos de la palabra).
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