¿La fealdad nos invade? La belleza no escasea

Esta mañana he recibido un whatsapp con una foto: era una carta al diario. Se titulaba "La fealdad nos invade". La carta, de un hombre de Sant Pol de Mar, estaba bien escrita, y era hasta bonita en su modo. Pero algo pesimista: nostálgica, como mínimo. Se hablaba del avance imparable de la fealdad. 

Al rato -era un grupo de whatsapp: no me ha llegado sólo a mí- ha habido respuestas: tres fotos con una frase. "La fealdad nos invade, pero la belleza no escasea tampoco". 
Lo cierto es que no habíamos leído bien la carta. El buen lector no se refiere a la naturaleza, si no a "aquello que es creado por la mano del hombre", así que la respuesta que le dábamos desde nuestro particular chat no servía del todo. Sí en parte: son fotos. y eso ya es creación nuestra. La naturaleza nos da mil vueltas en belleza, pero las fotos "son bien bonicas", como diría uno que yo me sé, en aragonés forzado.

Después de darle unas vueltas, me han venido a la cabeza dos cosas: aquellos versos -malos, dicen- de Rafael de Campoamor que tan citados son, y una palabrota griega que ya vendrá después. Ahí van los versos: 
"Y es que en el mundo traidor
nada hay verdad ni mentira;
todo es según el color
del cristal con que se mira".
Se suele acudir a ellos para hablar del relativismo en el conocimiento. Pero bien pueden usarse en el que ha generado el lector en nuestro grupo de chat. Hay fealdad; hay cosas bellas. ¿Depende de cómo lo mires? Bien, pues ahora viene la reflexión, y que cada cual se sirva lo que quiera.

Porque he ido a ver cómo era el poema entero y me he llevado una alegría: habla de Diógenes, ese personaje griego que iba por el mundo con una linterna, buscando un hombre. Uno, siquiera. y no lo encontraba. 
El poema, primero.

LAS DOS LINTERNAS

I

De Diógenes compré un día 
la linterna a un mercader; 
distan la suya y la mía 
cuanto hay de ser a no ser. 
Blanca la mía parece; 
la suya parece negra; 
la de él todo lo entristece; 
la mía todo lo alegra. 
Y es que en el mundo traidor 
nada hay verdad ni mentira; 
todo es según el color 
del cristal con que se mira.

II

- Con mi linterna - él decía- 
no hallo un hombre entre los seres-. 
¡Y yo que hallo con la mía 
hombres hasta en las mujeres! 
él llamó, siempre implacable, 
fe y virtud teniendo en poco, 
a Alejandro, un miserable, 
y al gran Sócrates, un loco. 
Y yo ¡crédulo! entretanto, 
cuando mi linterna empleo, 
miro aquí, y encuentro un santo, 
miro allá, y un mártir veo. 
¡Sí! mientras la multitud 
sacrifica con paciencia 
la dicha por la virtud 
y por la fe la existencia, 
para él virtud fue simpleza, 
el más puro amor escoria, 
vana ilusión la grandeza, 
y una necedad la gloria. 
¡Diógenes! Mientras tu celo 
sólo encuentra sin fortuna, 
en Esparta algún chicuelo 
y hombres en parte ninguna, 
yo te juro por mi nombre 
que, con sufrir al nacer, 
es un héroe cualquier hombre, 
y un ángel toda mujer.

III

Como al revés contemplamos 
yo y él las obras de Dios, 
Diógenes o yo engañamos. 
¿Cuál mentirá de los dos? 
¿Quién es en pintar más fiel 
las obras que Dios creó? 
El cinismo dirá que él; 
la virtud dirá que yo. 

Y es que en el mundo traidor 
nada hay verdad ni mentira: 
todo es según el color 
del cristal con que se mira.


No está mal. Creo que serviría como respuesta al lector de la nostálgica carta.
Por si las moscas, lo expongo: la belleza está en el mundo, pero se ve con los ojos. Si están sucios, no se capta. Por lo que escribe en su carta, no tiene los ojos sucios: seguro que es capaz de ver mucha más belleza de la que explica. Supongo que tuvo un mal momento al escribir la carta y le pesó más lo negativo. ¿A quién no le ocurre eso de vez en cuando?

Pero hay otra cosa (y hasta dos): la palabra griega: kalokagathía. Cito de la Wikipedia con algún que otro cambio o aclaración:
Kalokagathia (καλοκαγαθία) es el sustantivo derivado de Kalos kagathos (en griego: καλὸς κἀγαθός). Es una frase usada por clásicos escritores de la Grecia clásica para describir un ideal de conducta personal, sobre todo en un contexto militar. Su uso está atestiguado desde Heródoto y el período clásico. La frase está compuesta por dos adjetivos, καλός ("bello") y ἀγαθός ("bueno"), el segundo de los cuales se combina con καί "y" para formar κἀγαθός. Werner Jaeger, el estudioso más prestigioso del mundo griego, lo resume como "una formación espiritual plenamente consciente” que estaría fundada en "una concepción de conjunto acerca del hombre".
Y ahí va mi tercera idea al respecto, que ayudará a dar razón de lo que sostiene el amigo de la carta. 
Dice Jaegger que se trata de "una concepción de conjunto acerca del hombre". O sea, que con decir bueno y bonito está dicho todo. O sea, que la belleza no se puede separar de la bondad. Y en un mundo en que tantas veces la moral brilla por su ausencia, es lógico que la belleza esté también ausente. Y en positivo: cualquier cosa buena es bella. ¡Qué linda acción!, dicen los mexicanos. Y así es. Una sonrisa: belleza. Esto da para muchos libros.

También se puede explicar el crecimiento exponencial de cuerpos bellos que campean en la web, y que se quedan ahí: en ser fibrosos. La concepción de conjunto del hombre ha quedado en concepción unilateral: físico-biológica. Ahí está la belleza, dicen. Y en ninguna otra parte. Eso decía un anuncio de coches que ya tiene un tiempo: "¿Desde cuándo a alguien le importa si eres bella por dentro?". Y así nos va.

Dando un penúltimo subidón, iremos a la estética clásica, que unía belleza no sólo a bien, sino al ser. Todo lo que es, es bello por el hecho de ser. 
Quien piensa así (y hay quien asegura que no se puede), dice cosas como Carlos Cardona, ese metafísico: "la creación es el precioso jardín que Dios hizo para que el hombre descansara". O como que las piedras son bellas. O como Ratzinger, ese fenomenal teólogo sensible, que habla de la maravilla de las flores en sus colores como el sobrante a la utilidad para la polinización que Dios puso ahí gratuitamente para nuestro disfrute gratuito, como si fuera su firma. (Esta frase hay que leerla dos veces). O como que los jaguares son bellos, corriendo en equilibrio. O como que el hombre, por el hecho de ser, es bello en su actuar humano. En última instancia, hasta un cuadro feo es bello en un cierto sentido: por ser humano. Jamás un mono pintará un cuadro: le falta la intención y la capacidad de expresarse a sí mismo. Ese es, ¡entre otros!, el motivo por el cual los cuadros de Jackson Pollock son respetables, aunque uno pueda valorar mucho más a Velázquez, en términos de belleza. La belleza, ese trascendental del ser, que va de lo mínimo, a Dios.
En negativo: kakós, kaké, kakón, es feo en griego. Cuando un niño hace algo que no está bien, se le dice (en algunos sitios, como mínimo) "caca". No me extrañaría un pelo que viniera de ahí. Y a otros, tampoco. 

Nos queda el salto a la teología, ya anunciado. Lo más bello en la creación es el hombre. Y, para los creyente es algo claro, el más bello de los hombres, Cristo: Dios hecho hombre.
Ahí va el Salmo 45, que se aplica a Jesús:
2 Me brota del corazón un hermoso poema,
yo dedico mis versos al rey:
mi lengua es como la pluma de un hábil escribiente.
3 Tú eres hermoso, el más hermoso de los hombres;
la gracia se derramó sobre tus labios,
porque Dios te ha bendecido para siempre.
Dicho esto, que cada cual le dé a su cabeza.
La fealdad avanza, como los hombres. Pero la belleza no escasea.

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