La verdad es que "La Verdad" me gustó. (No he podido resitirme a decirlo así de mal). Se trata de una película en que Robert Redford y Cate Blanchet se visten de Sócrates, en las dos caras de una sola moneda.
Sócrates tiene ya muchos siglos: más de 26. Pero volvemos a él una y otra vez. A su interés natural por la verdad. Suyo y de todos los hombres. Y a su método mayeútico, de parturienta, para llegar a ella desde uno mismo: a aceptar la verdad como algo que se nos da y recibimos. Ambas cosas.
En la película, que algunas críticas tachan de lenta y pretenciosa, hay algunas perlas auténticas sobre esto mismo: la verdad y el método (camino, en griego, es methodos) para llegar a ella.
Primera:
-Hacer muchas preguntas. Las preguntas hacen que salga la verdad.
Sócrates en estado puro: "que salga la verdad". Se trata de la filosofía erotética: de preguntas. Los diálogos de Platón están llenos de preguntas. Tantas, que puede uno hartarse.
Avanzada la película, el guión insiste:
-Buscamos la verdad. Eso hacemos. Nuestro ego pasa a segundo plano.
Esa es la profesión del periodista.
Y de todo ser humano, aunque sea algo mucho más que una profesión: es la alimentación de nuestra parte no física. A ver si de una vez centramos la educación en esto, y no en lo demás, sea lo que sea (aulas, iPads, profesores, alumnos, etc...)
Pero ojo con los matices de la frase:
"Buscamos". Y nos busca. La verdad no es un animal que camine por las calles, pero sí es más cierto, por raro que suena, decir que nos la encontramos mientras la buscamos que asegurar que la tenemos porque somos listísimos.
El papel del ego, ya implícito en la explicación que intentaba dar en el párrafo anterior. Soy yo -mi ego- quien está o no en la verdad al decir o pensar o hacer algo, pero no soy yo -mi astuto, bello o inteligentísimo ego- quien ha parido esa verdad. Por eso los grandes inventores son eso, inventores: "invenire" es "encontrar" en latín. Una búsqueda para la que estamos más que preparados, y un objeto más que encontrable, que se nos ofrece, como lo visible a los ojos y lo audible a los oídos.
Hasta aquí hemos llegado.
Grande, Redford, por otra parte. Aunque algo estirado y pagado de sí, según otros. Con 80 años, yo se lo perdono.
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