Ha pasado un día, y Rafa Nadal ha tenido tiempo para, a pesar de todo, no ganar contra Del Potro. Lástima. Pero no se nos puede olvidar lo que hizo un día -unas horas- antes. Ganar un oro en dobles. Y de qué manera: después -unos minutos antes- de doblegar a Bellucci. Eso es ya digno de una gesta.
Nunca había visto un partido de dobles. Y menos aún a esas horas de la madrugada. Y me dio que pensar, además de sufrir y botar como un loco.
Pensadas las cosas un poco, resulta que el partido Nadal-López contra aquellos otros rumanos Mergea y Tecáu puede usarse como una bonita alegoría del matrimonio y su día a día.
He intentado escoger fotos que apoyen lo que digo, ya que primero lo vi. Está claro que una metáfora es una metáfora, y que podrán ponerse pegas, pero creo que sirve para pensar.
Por empezar de alguna manera, empatía: luchar por reaccionar acorde a los sentimientos del otro. Somos un equipo. Y mucho más, según el catolicismo, que usa en latín una expresión fortísima. Marido y mujer son "una caro", una carne. Dos en uno y uno en dos. De ahí salen todas las características: de la lucha por alcanzar ser uno con el otro. Veamos algunas de ellas.
Celebrar cosas. Celebrar puntos grandes, y también los pequeños: los edificios grandes están hechos de piedras o materiales pequeños. Celebrar un cumpleaños de pareja, un aniversario especial, un éxito de uno de ellos, un día bonito, un algo que ha salido bien.
Una buena celebración eleva el ánimo propio y el de la pareja. Llamó la atención cómo Nadal celebraba cada punto cuando López parecía más hundido, sabedor de cómo se sube la moral y cómo ganar al otro por derribo.
Otra: estar ahí y darlo todo, sin excusas. Intentarlo. Dar lo mejor de sí. Esa pareja de oro es claramente desigual: por eso ganaron. Me explico: Nadal es un jugador poco experimentado en dobles. Se veía que le faltaban los truquillos típicos de esa especialidad del tenis. No así a López, que iba repartiendo globos y reveses cortados muy buenos y útiles: ganadores. Lo mismo en el matrimonio: funciona porque no somos iguales, pero cada uno lo da todo. Cada cual con sus potencialidades, tan útiles en las diferentes etapas de la vida: la fortaleza a veces, el cariño otras, la prudencia siempre, etc...
Perdonar(se) errores. Basta un apretón de manos, una mirada, un beso: "no es fallo tuyo", "no pasa nada", "somos un equipo", "vamos", y similares. Porque todos los cometemos.
Y animarse... mutuamente, que todos fallamos. Es cierto que López estuvo fallón en algunos momentos del partido. Pero también es verdad que Nadal falló de lo lindo algunas veces también. Y, siempre, un choque de manos. No era para celebrar: era para conjurarse. Cada matrimonio ha de hacer lo propio, y a su manera.
Hablar las cosas: decírselas a la cara, o como sea. Pero decírselas. Las buenas, las mala. Y pedirse consejo. Y darse consejo. Hablar: importantísimo. No es cuestión de tácticas solamente. Es cuestión de que cualquier persona no esquizofrénica funciona así: a una. Así funcionan los seres humanos: si quieres cantar al unísono, mira al otro.
Me hizo ilusión, además, que hablaran tapándose la boca. Es una moda, pero es una realidad tan propia del matrimonio. Hay que protegerse de las miradas ajenas. La intimidad es esencial en las parejas. Y hay decisiones que se toman bien así, y mal, de todas las demás maneras. Conviene guardarse un tiempo de intimidad tranquila donde poder hablar las cosas, decidir, e ir a la par: a una, como en Fuenteovejuna.
Antes de acabar, una muy importante: saber envejecer juntos. Eso implica tener un proyecto común, querer tenerlo y luchar para que se cumpla. Y perdonar los achaques que la vida da. Y saber tirar para adelante con menos fuerzas y más experiencia y sabiduría. Y tantas otras cosas.
Y así, dejando de lado muchas otras (reposar las cosas, saber envejecer juntos, etc...) que cada uno podría sacar, llegamos a la victoria final, llena de derrotas parciales: cansados, pero contentos. Emocionados, pero juntos.
Fieles.
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