De vez en cuando, una frase le interpela a uno más de lo normal. Por la situación personal, o por su excelente equilibrio entre lo que dice y cómo lo dice, o por ambas cosas.
Ahí va una:
"Escuchar con paciencia es, a veces, una caridad mayor que dar".
Eso dijo, y muy bien, San Luis, rey de Francia, que vivió de 1214 - 1270. Seguro que tenía una experiencia más que amplia. Siendo rey y santo -mezcla que hoy apenas entienden unos pocos-, seguro que tuvo que escuchar mucho más de lo necesario o justo. Ahí entra la caridad.
¿Nos saca algo más de 700 años de ventaja?
La prisa nos come hoy día. Ya no tenemos tiempo para nada; ni para escuchar. Oímos muchas cosas: ruidos, música (escuchar es algo ligeramente diferente).
Y, en plena era de la comunicación, uno lee con sorpresa en un diario una entrevista a la fundadora del teléfono de la esperanza: un lugar al que llamar, por si ocurre que nadie te escucha.
No es textual, pero se parece mucho. En aquella entrevista, se contaba cómo una señora llamó solamente para decir que había hecho un puré excelente. Si no diera tanta pena, sería para partirse de risa o hacer un chiste gráfico.
El ser humano, como decía Heidegger, habla; es más, no puede dejar de hablar. Y cuando no expresa o exterioriza lo que habla, sigue hablando.
Pero ese hablar necesita un receptor: hablar por hablar, hablar al cuadrado, como decía mi amigo.
Y no se trata, por cierto, de escuchar por un interés sucio, sino de superar el corto concepto de necesidad o justicia. El hombre necesita superarlo para ser él mismo: "Si a los hombres se les hubiese de tratar según merecen, ¿quién escaparía de ser azotado", pregunta Hamlet. (Siempre Shakespeare, sí).
Y podemos volver otra vez a San Luis, rey de Francia: no me des dinero, escúchame. Eso, por cierto, me explicaron a mí desde pequeño: da limosna de tu tiempo, de tu cabeza, de tu mirada, de tu simpatía, de tus cosas. Incluso, ya que estamos, cuando des dinero a alguien: mírame a la cara y dáselo como una persona, y no como a un florero a una caja. Pregúntale.
A quienes nos dedicamos a la educación, nos viene como anillo: escucha, que es la única manera de tomarse en serio a alguien y de que alguien note que es así. Escucha todo, y no sólo lo útil; lo que tenga sentido y lo que no.
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