A veces uno no sabe muy bien cómo hablar de la Navidad. Pero, después de un evento como el que pude vivir ayer -la fiesta de Navidad del colegio donde trabajo-, he decidido hacerlo tomándola como alegoría de qué podría entenderse por Navidad. Alguno no entenderá nada. Bueno.
La fiesta de Navidad fue un éxito: muchos aplausos y madres llorando, felicitaciones a mansalva para los actores y los cantantes, etc. (Aquí, un link al guión y la música) Eso es bonito todo. Pero quisiera dedicar un post -grande, como ellos- a los geniecillos en la sombra. A aquellos que están sin ser vistos. A aquellos a quienes no se aplaude jamás. De eso va precisamente la Navidad, según me enseñaron: Jesús, Dios que se hace hombre verdadero, nace en un pesebre ignoto y escondido. Solo le visitan unos pastores, que no olerían a rosa, y tres reyes o magos que se dejaron la vida por llegar hasta ahí, a través de su ciencia.
Quim Carreras merece una mención especial. No es solamente el guionista -¡este era su guión 21, si no me equivoco!- , sino algo mejor; es, en esta ocasión, guionista a muchas manos: coguionista. Y pienso que es mucho mejor por dos motivos, como mínimo.
En primer lugar, porque, aunque no es sencillo mejorar sus ideas y su manera de escribir las canciones, en que chiste simpático y seriedad están tan bien mezclados, es capaz de delegar esa labor en otros, a quienes cree capaces de escribir. Esa confianza, me parece, no es muy común en los artistas.
Y en segundo lugar, es mejor porque hace patente la humildad de ceder en ese verso que parece que no saben cantar y que hay que variar para que el niño -o el profesor, que tiene ya una experiencia que lo hace a menudo cerril- lo meta en aquella canción de Pink Floyd. O de quien sea.
Además de guionista, hay otra cosa que le honra: su preocupación por los demás. Preocupación que se transforma en ocupación con hechos -muy concretos: fungibles- y palabras.
Palabras -muy normales: sin afectación- de consuelo y de comprensión y ánimos. Unos whatsaps que le suben la moral a una piedra. Y que hacen equipo, como tanto le gusta a él y a todos.
Y hechos. Hechos tan tangibles como unas hamburguesas velozmente traídas sin más ropas que un pijama y un albornoz, al más puro estilo evangélico de Marcos: quien pueda entender que entienda.
Oleguer Alguersuari, que es casi "una caro" con Quim, merecería también un post entero. Por muchos motivos: la elección de las canciones, que no sólo recae sobre él. Las horas, escondidas, que dedica a preparar las voces, a ponerlas, a retocar lo que toque de quienes no cantan igual de bien que él.
Borja Valls. Otro que tal. Es, con Quim, el encargado del casting de aspirantes a actores, que crece en número a cada año. Un par de inopinadas tardes dedicadas de cabo a rabo a ver la emoción de los chicos en el escenarios. Y eso, sin contar las fotocopias, la dedicación a distribuir papeles y demás cosas que, por escondidas, se me escapan.
No nos olvidamos, y no lo hará tampoco quien le escuche cantar, de su voz en la obra, y de sus voces, ocultas, de las que ahora mismo hablaremos.
Porque, sí, hay coristas, que han echado en falta a Louis-Denis Acosta este año. Son coristas que, por bien que se lo pasen, disfrutan de modo proporcional a dos cosas: a la avanzadísima hora de la noche a la que acaban las sesiones de grabación, y a las incontables pistas de más y más voces que adornan desde la lejanía las melodías principales. Un placer casi inaudible a la altura de los oídos más preparados..., como son los de Jesús, para quien los mugidos de un tosco buey y una mula eran perfecto acompañamiento de los angelicales coros. O algo muy parecido.
No nos dejaremos a Quique González y sus ayudantes. Además de revisar el buen funcionamiento de los telones, ahí está él con su ordenador, que va sacando humo a todas horas, para llegar a unos decorados alucinantes y a unos efectos especiales tan brillantes que la fiesta quedaría reducida a la mitad si desparecieran. Eso, además de ejercer con gran maestría su papel de bombero, siempre dispuesto a apagar cualquier fuego que surja.
Y luego están las fotos. Las mejores, y no quisiera herir sensibilidades de otros fotógrafos, todavía están por llegar. Las hace, en mi opinión, Paul Mac Manus: si pudieran, mejorarían la realidad fotografiada. Y eso, subido en lo más alto de una escalera, o escondido tras unos faraones o unos niños vestidos de casi oveja... A la que te despistas, ¡zas!, una preciosidad en que se plasma ese momento que dice mucho en poco...
Ya llegarán, pero tengo una que hizo a los actores después de un ensayo general. Ahí está, encabezando este post. Las que faltan, las añadiré en un preciso y precioso link, aquí mismo.
Maquillajes impresionantes de Jordi López, que también ayuda en los decorados digitales, y que acaba perdiéndose la fiesta porque está en el vestuario en su labor: porque hay un personaje que sale disfrazado de demonio ¡diez segundos!, y para él ha hecho un capolavoro. Por no hablar de sus ovejas increíbles, y el hecho de fabricarlas: la idea hecha realidad.
O Pablo del Pino y su inestimable "gracias por tu dedicación", con que echa un cálido bálsamo de humanidad en las espaldas de quienes le oyen decir esas sinceras palabras. Y sé que en corto párrafo queda dicho todo, sin decir nada.
Y Joan Planagumà y Pere López, que, desde la dirección del colegio -y con todos ellos, que van pasando por el polideportivo, y hacen que las redes sociales se muevan-, consiguen que mandar no sea usar un látigo o un martillo, cosa no difícil, sino lo siguiente.
Más invisibles: Norbert Duaso con los atrezzistas y los teloneros, y los focos. Aguantando la gran presión de no saber qué pasa hasta que te lo dicen por primera vez. Y la todavía mayor de pasarse una semana escuchando órdenes... y mandando a adolescentes. Eso sí es mano izquierda.
Y los muchos profesores a los que podríamos dividir, por facilitar el escrito, en dos: quienes aportan su creatividad en los números de su clase, y que por eso merecen una estatua con nombre incluido; y quienes merecen una todavía más hermosa: quienes creen que no tienen esa creatividad y, sin embargo, ahí están, moviendo es esqueleto como pueden, con gesto casi trágico.
Me guardo un párrafo para uno de los grupos más escondidos: los profesores que, literalmente, se comen los marrones de la fiesta. Los que sustituyen a los que están, aparentemente, más de lleno en el fregado. ¡Quiénes más que ellos, que tienen que observar cómo la clase está a medio llenar de alumnos que rondan por el colegio medio vestidos de baile, medios de alumnos...! Una maravilla.
Seguro que me dejo a gente y, también, a labores de quienes han sido citados. Pero tanto da: eso es la Navidad para mí, y espero que sea algo católico: darse a los demás sin espectáculo, para que el espectáculo sea para los demás. Esconderse para que los demás lo pasen bien y estén contentos. Y eso, bien pensado, ¿no está al alcance de cada uno, en su propio hogar? La receta es fácil de decir, y todo un programa de vida. La dice el protagonista en la fiesta de este año, poniendo de ejemplo a José, el hijo de Jacob: "Pon amor en todo lo que haces, como José".
¡Feliz Navidad!
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