No soy un errror

A primera vista (y quizás, hasta a segunda), es esta una película de ejercicio físico y puñetazos. 

Pero resulta que hay algunos temas de calado. 
Si no las has visto, adelante: vale la pena. Pero quizás voy a dar pistas ahora, así que ojo.

Resulta que el protagonista es un jovencísimo empresario que de día está en un momento espectacular -sube como la espuma- y de noche se pega -en algo parecido al boxeo- en tugurios con el primero que se ponga delante. Un día decide que se acabó: que quiere ser boxeador, como su padre, que es, ni más ni menos que Creed, el gran boxeador que aparece en las películas de Rocky. Pero que escogerá el camino angosto: no vivirá del apellido de su padre. Por eso se hará llamar Johnson y se irá a entrenar lejos de Los Angeles.

En un momento dado, se da el dato de que el bueno de nuestro protagonista, el hijo de Creed, era fruto de un affair extramatrimonial del gran boxeador. 

Y aquí entra uno de los mensaje de fondo (otros hay: y los comentaremos más adelante) más positivos de la película. El chico, naturalmente, tiene un trauma como la copa de un pino: tiene metido entre ceja que él es un error. Así: un error. Su padre lo abandonó porque fue un error: una mala noche en que se le fue la cosa de las manos. 

Y el chico batalla contra sus propios miedos. Y si acaba siendo quien es y no se rinde aunque tenga la cara hecha un mal poema (el director de la película lo hace bien, en este sentido), es porque, como él mismo dice tiene un objetivo: "tengo que demostrar que no soy un error".

Mensaje unidireccional, claro y conciso. Blanco y en botella, como me enseñaron a decir hace unos días: ninguna persona es un error. 
El error fue, tal vez, de su padre: por no darse cuenta de eso ya dicho, o por no conceder al sexo la importancia que tiene, mucho mayor de la que se suele dar, y por motivos muy diversos. 

A ver si lo vamos aprendiendo poco a poco.

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