Confusión (en las palabras y en las personas): amor y robots

En los tiempos que corren -los nuestros: nos encantan-, la contradicción es la reina de la noche y del día. En muchos campos. Por ejemplo: ¡ojo con llamar "trasto" a un USB! Hay que saber decirlo bien, que, si no, uno queda como un iletrado, un ignorante. Hasta aquí, bien. Yo estoy totalmente de acuerdo con la búsqueda de la precisión en las palabras: es muy humana la voluntad de llegar a la verdad, y la de poner a cada cosa un nombre. 
Pero, ¿qué le pasa a La Vanguardia (y no solo a ella)? Porque, en un mismo titular, hay ni más ni menos que tres imprecisiones de las que claman al cielo, por su capital importancia.

"Crea una mujer robot y se casa con ella", dice. ¿Por qué no escribe "fabrica"? ¿Por qué no "robot", a secas? ¿Por qué no "la tiene en su casa"? 

Porque unir piezas es fabricar. Crear es hacer algo de la nada, a partir de la nada. La creación artística no es absoluta, claro.

Porque los robots no tienen sexo, por más que le ponga uno un par de pechos y pintalabios. El metal no es sexuado.

Porque "casarse" -y ya no hablo del sacramento católico, que se fundamenta en la natural unión de hombre y mujer- no es lo que ha hecho, por más que haya montado un 

En una época de desolación por ultratecnificación de la vida, las necesidades más humanas surgen como la lava en un volcán. Porque no son tecnificables.
Dos, en este caso, como mínimo:

Primera, la necesidad de poner nombre a las cosas y, sobre todo, a las personas: Yinying.

Segunda, y mucho más importante, la humana necesidad absolutamente imprescindible de amar y ser amado. El ingeniero, Zheng, "harto de no encontrar pareja"... Ahí está. Y, además, añade: "Sin embargo, el ingeniero planea mejorar sus funciones y lograr que camine e incluso que pueda ayudar en las tareas del hogar".

No es el único, pero fue C.S. Lewis el que, en su genial "Los cuatro amores", habla de los cuatro tipos de amor: amor a las cosas (uso), amor (de amistad) a las personas, amor erótico entre esposos, y amor absolutamente gratuito (el de Dios). Con sus matices, que seguro que me salto, y mayores explicaciones. ¡Qué error tan grave, por sus consecuencias en el hombre, es equivocarlos!

Por eso, no parece arriesgado sostener que, tarde o temprano, va a necesitar a alguien y no algo, por más que a ese algo le haya puesto peluca, le haya enseñado unas palabras, y cómo ayudarle (jeje...) en las tareas domésticas. 


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