Paul Newman y Joanne Woodward estuvieron casados 50 años... hasta que la muerte de él les separó. |
Hay una expresión —no sé si llamarla filosófica— que debería ocupar los primeros puestos de la sofística, o arte de engañar a la gente con procedimientos o argumentos verosímiles. Es esta: falsa dicotomía. A saber, presentar falsamente la realidad como un inevitable encrucijada de dos caminos totalmente opuestos, cuando la verdad es que se dan como mínimo tres.
Digo esto por un artículo que me ha vuelto a recordar que esto está sucediendo ahora mucho con el tratamiento del sexo. Se titula "El desprestigio del sexo". Y lo que está pasando, según sus mismas palabras, que leyendo la prensa, podemos llegar "a la conclusión de que el sexo es la mayor tragedia de la humanidad.
Acoso sexual. Violencia sexual. Agresión sexual. Abusos sexuales. Delito sexual. Son titulares cotidianos de la semana que termina".
El artículo expone el miedo del escritor: que no vuelva el puritanismo. Y, aunque no vuelva, se dará de todos modos el desprestigio del sexo.
Tengo la sensación -en eso coincidimos- que estamos todo el día siendo bombardeados con titulares sobre el sexo. Pero veo muy pocos sobre el amor. Se clama por una educación sexual, que se supone deficiente, para solucionar ese desaguisado.
No sé qué entienden por educación sexual pero, por lo que he podido leer, se trata de conocer bien la biología y psicología de los hombres y mujeres, por complicada que parezca. En resumen: qué da placer y cómo tener sexo sin riesgos.
Nuestra época es muy interesante, porque cada cual puede, en principio, decir lo que le parezca, a veces sin razonar demasiado. Pues ahora vamos a dar algunas ideas. Incompletas, sin duda. Pero espero que no equivocadas.
Me parece que ha llegado el momento de volver a escuchar la propuesta cristiana, pero sin caer en falsas dicotomías, como las que estamos leyendo: o pornografía absoluta y violaciones a mansalva, o puritanismo extremo. O ausencia de reglas, o regla para todo.
Se habla de puritanismo con miedo. Y, ciertamente, conviene tenerlo porque es una imagen deficiente de la pureza. Lo que nos vendrá de fábula es la castidad (de "castus", limpio, puro. Y de ahí, pureza). Esa es la virtud que tiene al puritanismo por defecto. El puritanismo no es cristiano, sino una deformación de la visión cristiana sobre la moral sexual: porque niega que el placer sexual sea bueno, y, por tanto, afirma que hay que evitarlo.
Tampoco es cristiano el pansexualismo —por llamarlo de alguna manera— que elimina toda norma de uso de la sexualidad: el placer como único bien.
El cristianismo, sin embargo, dice varias cosas claras. Y es importante conocerlas, aunque a uno no le gusten. Mejor no inventárselas. Mejor no poner al cristianismo el sambenito de que el sexo es malo. Ahí van algunas de esas cosas.
- El cuerpo humano es bueno.
- El cuerpo es sexuado: todo él.
- El placer en sí es no solo placentero (lo cual sería tonto no reconocer) sino bueno: está ahí porque Dios lo ha puesto. Y tiene, como los demás placeres, una función biológica, que en el hombre puede superarse y dejarse de lado.
- Sexo y amor (erótico: no la amistad u otros tipos de amor) deben ir juntos para crecer en armonía.
- Jamás debe hablarse de sexo sin poner el adjetivo correspondiente: personal. Sexo personal. La persona humana es el sujeto de la actividad sexual. Y de todas las demás. Todo acto sexual debe entenderse como personal, y no únicamente como biológico o animal. Cosificar a las personas es una de las tentaciones más frecuentes: hacerlas —quizás inconscientemente— objeto de placer.
- La castidad consiste en integrar la sexualidad en lo personal: hacerla personal, y no solo animal o biológica.
- La educación sexual es necesaria, pero insuficiente: conviene hablar del amor personal y no solo de cómo funciona el cuerpo humano y la psicología humana.
- El recto disfrute del placer —y del sexual— es asignatura pendiente en el ser humano: no nacemos con un autodominio claro. Es una meta a la que hay que llegar: no consentir que el mero placer pase por delante del amor y lo haga invisible. No usar al otro, ni a uno mismo. No hacer nada por puro placer egoísta (egocéntrico: centrado en mi yo. El amor es alocéntrico: centrado en el otro. Un amor egocéntrico es egoísta: no es amor, propiamente). Se trata de disfrutar del placer sin usar al otro. Esa es la diferencia entre dos verbos latinos: uti y frui. La distinción entre el uso del otro como medio para obtener un placer, o el recto disfrute de lo naturalmente placentero.
Eso dice. Y más cosas. Y me atrevo aquí a recomendar el gran libro de Wojtyla "Amor y responsabilidad", donde se habla con gran profundidad del sexo, de la relación con la persona y de la moral sexual.
Porque sobre la moral sexual se ha escrito mucho. Me parece que uno de los que más claramente expone sus ideas en este ámbito es C. S. Lewis. En 1942 dio unas charlas radiofónicas sobre temas cristianos. Luego quedó en forma de libro, visto el éxito. En la que se refiere a la moral sexual, dice:
"durante los últimos veinte años, se nos ha hecho tragar todos los días una buena cantidad de mentiras sobre el sexo. Se nos ha dicho, hasta que enferma el solo oírlo, que el deseo sexual tiene el mismo rango que cualesquiera de nuestros otros deseos naturales y que si tan solo abandonáramos la tonta y pasada de moda idea victoriana de que hay que acallarlo, todo en el jardín sería hermoso. No es verdad. Apenas se toman en consideración los hechos, lejos de la propaganda, puede verse que ello no es así.
Nos dicen que el sexo se ha transformado en un lío porque fue acallado. Pero durante los últimos veinte años no lo ha sido. Se ha hablado de él todo el día. (Y, añado, más hoy. Esto lo escribió Lewis en 1945). Y todavía está hecho un lío. Si el haberlo acallado fuera la causa del problema, el ventilarlo lo habría corregido. Pero no lo ha hecho. Creo que es al contrario. Creo que originalmente la raza humana lo acalló porque se había transformado en un lío tan grande. La gente moderna siempre está diciendo, “el sexo no es nada de qué avergonzarse”. Puede que quieran decir dos cosas. Una es “no hay nada de qué avergonzarse en el hecho de que la raza humana se reproduce de cierta manera, ni en el hecho de que ello produce placer”. Si significa eso, tienen razón. El cristianismo dice lo mismo. El problema no es la cosa misma, ni el placer. Los antiguos maestros cristianos decían que si el hombre nunca hubiera caído, el placer sexual, en vez de ser menor de lo que es hoy, realmente sería mayor. Sé que algunos cristianos despistados han hablado como si el cristianismo pensara que el sexo, o el cuerpo, o el placer, fueran malos en sí mismos.
Pero estaban equivocados. El cristianismo es casi la única de las grandes religiones que aprueban completamente el cuerpo, que creen que la materia es buena, que Dios mismo una vez se encarnó en un cuerpo humano, que se nos va a dar alguna clase de cuerpo incluso en el Cielo y que ese cuerpo va a ser una parte esencial de nuestra felicidad, nuestra belleza y nuestra energía. El cristianismo ha glorificado el matrimonio más que ninguna otra religión; y casi toda la poesía amorosa más importante del mundo ha sido producida por cristianos. Si cualquiera dice que el sexo, en sí mismo, es malo, el cristianismo inmediatamente lo contradice.
Pero, por supuesto, cuando la gente dice, “el sexo no es
nada de qué avergonzarse”, pueden querer decir “el estado en que hoy se
encuentra el instinto sexual no es nada de qué avergonzarse”.
Si el significado es
ése, creo que están equivocados. Pienso que tiene todo de qué avergonzarse. No
hay nada de qué avergonzarse por gozar de la comida; habría todo de qué
avergonzarse si la mitad del mundo hiciera de la comida el principal interés de
sus vidas y se pasara el tiempo mirando imágenes de comida y babeando y
chasqueando los labios. No digo que ustedes o yo seamos individualmente
responsables por la situación actual. Nuestros antepasados nos han legado
organismos que están desviados en este aspecto, y crecemos rodeados de
propaganda que nos incita a no ser castos. Hay gente que desea mantener
inflamado nuestro instinto sexual para hacer dinero a costa nuestra. Porque,
por cierto, una persona con una obsesión es alguien con muy poca resistencia a
las ventas".
Y sigue:
"Cartel tras cartel, película tras película, novela tras
novela, asocian la idea de permisividad sexual con las ideas de salud,
normalidad, juventud, franqueza y buen humor. Y esta asociación es una mentira.
Como todas las mentiras poderosas, se basa en una verdad: la verdad, mencionada
antes, de que el sexo en sí mismo (aparte de los excesos y obsesiones que se
han desarrollado en tomo a él) es “normal” y “saludable”, y todo lo demás. La
mentira consiste en la sugerencia de que cualquier acto sexual que te tienta en
un momento dado es también saludable y normal. Esto, desde todo punto de vista,
y totalmente separado del cristianismo, tiene que ser una sandez. Rendirse a
todos nuestros deseos obviamente lleva a la impotencia, enfermedad, celos,
mentiras, ocultamientos y todo aquello que es lo contrario de la salud, buen
humor y franqueza. Cualquier felicidad, incluso en este mundo, requerirá una
gran cantidad de restricción; así es que el reclamo que hace todo deseo, cuando
es fuerte, de que es saludable y razonable, no cuenta para nada. Toda persona
sana y civilizada debe tener un conjunto de principios por los cuales elige
rechazar algunos de sus deseos y permitir otros. Una lo hace sobre la base de
principios cristianos, otra por principios higiénicos, otra por principios
sociológicos. El verdadero conflicto no es entre el cristianismo y la
“naturaleza”, sino entre los principios cristianos y otros principios en el
control de la “naturaleza”. Porque la “naturaleza” (en el sentido del deseo
natural) tendrá que ser controlada de todas maneras, a no ser que vayamos a
arruinar toda nuestra vida. "
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