Mucho había oído hablar de esta película antes de verla. Y más todavía me gustó. Mel Gibson ya no se anda con tonterías. Como a Clint Eastwood. Ya no le van las películas sin contenido. Prefiere dar al público ejemplos que muevan, vidas reales que imitar. Ideales. El buen cien tiene esas cosas. No sé qué tal es técnicamente. De eso se ocupan quienes estudian los filmes. A mí me va buscar los mensajes. Y pensarlos.
Desmond Doss, el protagonista de la película, merece todas las letras de héroe. Por seguir hasta el final con sus ideas: por vivir de acuerdo con sus conciencia, con coherencia. Aquí, su historia.
Pero la película, además de esto, puede usarse para hablar -otra vez, como ya avisé- para darle vueltas a la propia vida y su plena realización. Dicho de otro modo, para sugerir algunas ideas sobre las tres cuerdas que forman la maroma de nuestra vida.
No se si Mel Gibson quiso hacerlo así, pero me gusta pensar que no es hablar de otro película sostener que sí, que se habla de las tres partes que configuran la vocación personal de cada uno: el para qué estoy aquí de todos nosotros.
Las tres cuerdas, que van unidas pero pueden distinguirse, son la relación de cada uno con el mundo: el trabajo al que uno va a dedicarse, dicho por ahora de modo simplista; la relación con los demás: la familia de la que uno viene y aquella que se pretende formar, y la relación con Dios, que puede adquirir muchas formas: desde el rechazo hasta la entrega, pasando por un cierto agnosticismo o incluso indiferencia religiosa.
He recogido -lo hice hace un tiempo- algunas frases o diálogos que me llamaron la atención:
Ahí va el primero:
-¿Por qué nos odia tanto ?
-No os odia. Se odia a sí mismo. Tu padre no era así. Ojalá le hubieras conocido antes de la guerra.
La relación con la propia familia no es todo lo dulce y exenta de problemas que uno puede esperar.
El comentario de la madre a los hijos -es ella quien habla en este diálogo- es muy acertado antropológicamente hablando. Y muy útil para todos. Sólo odia a los demás quien se odia a sí mismo. Quien está bien consigo mismo, está bien con los demás. Comentando los salmos, San Agustín lo explicaba con su habitual maestría: "procurar adquirir las virtudes que creéis que faltan en vuestros hermanos, y ya no veréis sus defectos, porque no los tendréis vosotros". Volviendo a la película, qué gran papel el del padre, y el de la madre. La guerra les hizo fuertes y, a la vez, débiles: el horror une a quienes lo sufren juntos, pero puede hacer enloquecer al más fuerte. Solo la familia está preparada para que sus miembros se apoyen y aguanten en pie unos a otros a pesar de todo.
Por eso es muy interesante el papel de su mujer: desde cómo se conocen -es enfermera- a cómo hablan de sus creencias y de sus trabajos. En un momento dado (y sin hacer mucho spoiler) su mujer intenta que ceda en algunas cosas de ideal para conseguir salir adelante en su trabajo. Nuestro impecable protagonista es muy consciente de que, en él y en todos, no puede separarse los ámbitos de la existencia: soy yo quien tengo fe y quien trabaja y quien está casado, y no puedo desgajarme o negarme sin destruirme. Por eso, con una gran dosis de lirismo, le responde:
No podré vivir si no soy fiel a mis principios. Jamás sería el hombre que quiero ser ante tus ojos.
En cuanto al trabajo y la misión propia de cada cual en esta vida, el protagonista lo tiene claro: tiene que servir con lo que ha recibido, con sus capacidades.
Es mi deber servir.
Ahí surge un problema... aparente. No quiere matar a nadie, pero esa no es la única manera de proteger a los demás en un ejército. La solución solo parece verla clara él: va a ser soldado y va a ayudar con su ciencia médica, y sin pegar un tiro.
Cuando todo el mundo parece empeñado en destruirse no me parece descabellado querer reconstruirlo.
Un pacifista convencido. ¿De dónde le sale este pacifismo? Quizás de dos lugares: el rechazo a la violencia que vio en su familia, y la religión. Doss es cristiano protestante. Lee la Biblia. Eso mismo se le ve hacer en la película. De ahí, afirma, saca su fuerza. Y por eso sufre con entereza las bromas de los demás soldadotes -más corpulentos que él, pero no más fuertes- sobre su lectura de las Escrituras. Al principio, todo queda en el plano de la teoría: un soldado que lee esos libros y no quiere pegar un tiro. Echémosle. Más adelante, a la hora de la verdad, se unen las dos cuerdas: el trabajo y su relación con Dios, que interactúan de maravilla.
Una fe que fortalece hasta extremos impensables su actuación y que le lleva al heroísmo patente, capaz de callar todas las bocas y hacer cambiar al más rudo de los soldados, que pasa a admirarse sinceramente. No hablo más, que estropeo la película
Por favor, Señor, ayúdame a salvar a uno más.
¡Qué maravilla! Uno a uno. Así se trata a los hombres.
Qué gran lección -esta y todas- para padres y educadores.
Bravo por Mel Gibson.
Y bravo por Desmond Doss.
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