Ya ha llovido desde que Dostoievski esculpiera su inmortal "la belleza salvará el mundo". Así lo asegura en varias ocasiones el príncipe Mishkin, ese monumental y adorable idiota, el protagonista de "El Idiota", otra de sus obras maestras.
Y, sin embargo, desde que vi esta película-musical, no ha caído del cielo ni una sola gota. La vi este viernes.
Dicen algunos críticos que no es para tanto; que solo se salva por la interpretación de "This is me", esa canción que desborda energía. Que digan.
Me pareció que es una película bonita y positiva, que incluye elementos de la tragedia más clásica: el hombre a quien todo le va mal, pero todo pasa a irle bien... hasta que la desmedida ambición le lleva a perder el norte y el verdadero motor de su vida. Y acaba rectificando gracias al fuego, que sirve perfectamente de metáfora de cómo a veces hay que recomenzar de casi cero. Un patrón de conducta más.
Habría más cosas que comentar, pero me quedé con una frase que Charity (Michelle Williams), la mujer de protagonista, (Hugh Jackman) le dice, cuando todos en la película menos él se dan cuenta de que algo importante se está yendo a pique:
No hace falta que todos te quieran. Basta con unas pocas buenas personas.
Es toda una declaración de principios.
El ser humano, nacido del amor y para amar y ser amado, corre siempre el peligro de confundir éxito en lo social con acierto en lo personal. ¡Qué desengaño nos llevamos al poner el "like" en el lugar del "love"!
Reconozco que, al oír esa frase, pensé en el Rubius, entre otras cosas. Ese ultrafamoso youtuber español que ha dejado de publicar videos por un tiempo, aquejado de ansiedad. Vi un fragmento del video en que lo explicaba. Él mismo reconocía que se quedó solo -a solas- con los likes: sin novia y sin amigos. Mucha presión, aseguraba, por estar siempre en mi mejor versión: por gustar a todos. Por intentarlo de cualquier modo. Las luces de bengala del éxito instanáneo que nos procuran los likes son dañinas. El amor se cuece a fuego lento. Si no, se quema.
El amor, de acuerdo. Pero el título hablaba de belleza.
¿Belleza? Por supuesto. Porque nada más bello que el amor, en todas sus facetas: el de pareja, el de amistad, el amor a lo material o inmaterial amable, y a Dios mismo. La belleza no es solo musical o pictórica. Una persona puede ser bella en su actuación, dejando de lado su físico. Y esta película tiene esa belleza. La que muestra en su actuar la persona que, a pesar de sus derrotas, sigue siendo fiel a su mujer y a sus amigos y a sus ideales.
Esa es, también, la belleza que salvará el mundo.
Ya es hora de volver a unir belleza, verdad y bien en el ser.
No me imagino una película que se titulo "Los trascendentales", pero no me hace falta: cada una de las grandes películas los muestra unidos.
Es inevitable: la realidad es tozudísima.
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