Resulta que estaba revisando ideas que en su momento quise escribir y no pude y dejé para más adelante, y me he dado cuenta de que este mes es ese "más adelante". Y aquí va la primera, un tanto extraña.
Un día caí en la cuenta de que los chiquillos saben mucho más de lo que pensamos. Quizás no son muchas cosas, pero sí es mucho, porque es lo esencial. Estaba dándole vueltas a lo siguiente: ¿qué sabe un chico sobre los gametos y el inestimable papel que tienen en su existencia, y sobre el derecho patrio, y sobre las herencias, tanto genéticas como jurídicas o económicas?; ¿qué sabe del rol del padre en la sociedad a lo largo del tiempo?; ¿qué, sobre el condicionamiento de la economía en el tiempo que el padre dedica a los hijos? Nada. Absolutamente nada. Y, sin embargo, sabe perfectamente qué es un padre: aquel que daría todo por ellos, aquel de quien dependen en todo, aquel que le profesa un amor incondicional. Todo lo demás es secundario: viene después. Hasta el afeitarse. Los niños pequeños lo saben. Por eso después les duele tanto descubrir tantos defectos en la persona real de carne y hueso. Y por eso los padres -y todos los demás- debemos intentar dar nuestra mejor versión: somos idealistas.
(Ya sé que hoy tal vez más que nunca hay chicos sin padre o madre, por supuesto. Eso no cambia lo que digo: solo que el ejemplo concreto no se aplica a ellos, salvo en su sentido contrario: si no saben eso que hemos dicho, no saben qué es un padre).
Pues me atrevería a decir que, en efecto, los niños saben bastante más de lo que parece. Y no solo en ese campo. Y es porque conocen vivencialmente lo más importante, lo que luego se nos olvida por el camino, mientras le vamos poniendo nombres y lo vamos subdividiendo en partes y más partes. No digo, por supuestos, que no debamos hacerlo, sino que no convendría dejar de volver a la niñez en ese sentido preciso: ir a la capa escencial de la realidad. Naturalmente, no tengo un programa concretísimo de cómo se hace eso. No estoy seguro de que haga falta.
Otro ejemplo: todo niño sabe qué es la verdad. Y por qué es importante decirla y que te la digan. Y por qué, sin tener ni idea, no nos gusta en absoluto que nos la oculten. Por eso mismo lo pasan tan mal cuando mienten por primera vez.
De aquí quizás se puede sacar otra consecuencia (además de lo dicho: que el niño sabe). Esta: que la realidad tiene capas. Y no solo los hombres, como bien apuntaba el asno de Shrek.
Por aquí lo dejamos, que hay muchos más ejemplos.
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