Esta foto la hice ni más ni menos que en la catedral de Salamanca, el domingo de Ramos de 2017, para ser exactos.
El pobre angelito, a quien se le ha caído la nariz, es una preciosidad de talla de madera que está situada en la verja que protege la sillería: aquel lugar en que se reunían los monjes a rezar sus cosas.
Y me pareció que, además de muy bien trabajado (yo sería incapaz de hacer eso en madera), tenía un mensaje que nos viene de perlas. Y no solo en un templo.
Su mano derecha va a la boca, en un intento más o menos logrado de taparla.
La izquierda señala una palabra: "sile", que es el imperativo del verbo callarse o estar quieto en latín: "sileo".
Estás en un sitio de oración: cállate, anda, y habla por dentro.
Callarse es toda una señora acción. Hay muchos tipos de silencio (de "sileo", también). Hay unos que son espontáneos, muy interesantes: ante algo asombroso, se nos van las palabras. Y hasta nos quedamos con la boca abierta.
Otras veces es una muestra de respeto.
Otras, el recuerdo de que hay una función -hablar- que no hace falta usar en aquel momento, porque ya se usan otras. Se trataría, dicho de modo simplón, de economizar energía y aguzar la atención: concentrarla, concentrarse. Como cuando uno quiere aparcar y apaga la radio. Eso.
Muchos son los que señalan la falta de silencio hoy día. Y quizás se refieran a todos estos ya citados. O a uno todavía más interesante. El de la soledad con uno mismo: el necesario para una sana introspección. Me callo y pienso en mi vida. Sin buscar siquiera algo sobrenatural y religioso, parece que hoy nos damos cuenta de lo importante que es encontrar esos momentos de silencio exterior y hasta interior. Contemplar. (Algo de mindfullness hay por aquí...). Hoy, en el reino de Spotify y demás amigos de las artes musicales, ¿silencio? Pues sí.
Muy recomendable. Un paseo por el bosque y a respirar a pleno pulmón.
Callarse y escuchar.
(De eso último, otro día).
Comentarios