Ahora que ya me he recuperado, puedo escribir alguna reflexión sobre "Tres anuncios en las afueras", esa durísima y devastadora ganadora de dos Oscar.
La película es cínica, nihilista, ácida, triste... y muy humana y actual, lamentablemente. Por supuesto que no todo el mundo está así. Pero el autor se propuso poner todo lo malo del mundo en el mismo celuloide... En ese sentido, es un buen escaparate de a dónde puede llegar el hombre de la calle, el vecino de al lado.
De todo se puede aprender, sin duda. Como lo he memorizado a base de citarlo, recuerdo un comentario de Wittgenstein sobre las obras populares (es decir, no filosóficas, porque no trataban de la filosofía del lenguaje sino de moral y otros temas) de Bertrand Russell, el conocido filósofo:
Si una persona me dice que ha estado en los peores lugares, yo no tengo derecho a juzgala, pero si me dice que fue su superior sabiduría la que le permitió ir allí, entonces sé que es un fraude.
Pues eso mismo puede uno pensar al verla: "Bien, estos hombres han estado en los peores lugares (me parece que todos y cada uno de los pecados capitales en todas sus versiones se ven en la pantalla), y quieren, sin duda, mostrarlo. Examinemos ahora cuáles son sus superiores sabidurías, es decir, esa manera de pensar que subyace conscientemente o no bajo sus actuaciones". Con otras palabras, casi seguro.
La mismísima protagonista, cuya hija (¡spoiler breve!) ha sido violada mientras moría (o viceversa), susurra, sorprendida y dolida y desengañada de que no hayan arrestado a nadie todavía:
¿Por qué no hay arrestos aún?
¿Porque Dios no existe, el mundo está vacío y no importa que hagamos el mal?
Espero que no.
Es una lucecita a la esperanza.
Porque sí: una y otra vez citamos, de modo sibilino, a Dostoievsky en su "si Dios no existe, todo nos está permitido". Y vaya si lo está hoy día: véase la película para más datos. Y aquí viene lo positivo: porque a lo largo de la película, se ve cómo un no sé qué que ya no sabemos explicar y que todos llevamos en nuestro interior lucha por respirar, y suspira por la bondad en el mundo, a pesar de todo. En toda mente, por mentecata que sea -me refiero, por ejemplo, al ayudante de sheriff de la película- late ese anhelo. En toda persona, por mala que parezca -y hay muchas en la película- se puede encontrar esa pequeña chispa de bondad.
La grandísima actuación -desde mi punto de vista de ignorante- de la actriz ayuda a entender cómo la sonrisa y el bien van unidos.
Y, a pesar de que el director se empeña en dejar claro que el imbécil lo es aunque parezca que vaya a no serlo, entre broma y broma, la verdad asoma. Ya Shakespeare lo dejó clarísimo en todos los parlamenteos del Gracioso del Rey Lear: la locura hablando las verdades más importantes, y soltándoselas en pleno rostrum a los que no querrían oírlas de otro
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