¿Cómo resucitar moralmente? Con cariño y amando después ("Milagro en la celda" y "Memorias de la casa muerta")
Esta texto ha estado esperando en la nevera 5 años. Hasta ayer.
Y casi no ve la luz.
Resulta que por la noche, cuando ya había decidido qué iba a escribir (quería comentar una foto que hice hace los ya citados 5 años), vi una película impresionante: "Milagro en la celda 7".
Así que a la foto uní la película y, después, mientras me dormía, vino la tercera cuerda: un texto que casualmente he subrayado hace poco en un libro de un gran amigo mío: "Memorias de la casa muerta". De Dostoievsky. Fiodor de nombre, para más señas.
Y ya tenemos aquí una trenza para explicar lo mismo de tres modos diferentes: a gusto del consumidor.
Pero tiene un mensaje muy bueno. La hice en Fátima, mientras paseaba con un joven amigo. Me gustó —y en eso va de la mano con la película— la claridad y sencillez del mensaje, que en su lengua original rima:
Tratar con cariño, el mejor camino.
¿Camino, para qué? Para curar.
Cuando yo era niño, mi padre y mi madre me "curaban" las grandes heridas provocadas por torpes caídas con agua, jabón, y aquella canción infantil cúralo-todo:
"sana, sana, sana, culito de rana;si no sana hoy, sanará mañana".
Pero, claro, esa canción la cantaban con su mejor voz y con un extra de cariño en vena. Y así se curaba todo, efectivamente. (Luego ya vino el reflex y un entrenador que te gritaba. No es lo mismo, no.)
Cualquiera que tenga a su cuidado a alguien (padres o educadores) sabe bien que así es como se educa con mayor eficacia. Es el clásico: "para educar a Juan, querer a Juan".
Pero no solo eso. Para curar nuestras heridas, que son tan frecuentemente emocionales, no es otro el camino más corto. El psicoanálisis lo mostró en parte, aunque quizás enfatizó demasiado algunos aspectos discutibles. La logoterapia de Viktor Frankl —el psicólogo vienés que fue la tercera vía después de Adler y Freud—, demostró que quien no se suicida es porque tiene un amor: un motor. Así de fuerte y resumido lo he querido decir. Quien quiera más, que lea El hombre en busca de sentido. Ahí se ven las preguntas, directísimas y en el sentido aquí citado, que hacía el buen psiquiatra a los demás presos.
Y aquí viene la segunda cuerda: las Memorias de la casa muerta, en que Dostoievsky relata de modo figurado sus vivencias en la cárcel, de la que gracias a Dios pudo salir. Dejemos que hable él:
“También, en general, irrita a los rangos inferiores toda negligencia altiva, todo desde en el trato con ellos. Algunos piensan, por ejemplo, que basta con alimentar y mantener bien a un preso y aplicar la ley para dar por zanjado el asunto. También esto es un error. Toda persona, sea quien fuere y por muy humillada que esté, exige, aunque sea de una manera instintiva e inconsciente, que se respete su dignidad humana. El preso sabe que es un preso, un proscrito, y sabe cuál es su lugar ante la autoridad; pero ninguna marca ni ningunos grilletes le harán olvidar que es una persona. Y, como en efecto es una persona, hay que tratarle como un ser humano. ¡Dios mío! Un trato humano puede humanizar incluso a aquel en el que hace tiempo que palideció la imagen de Dios. A estos “desgraciados “ hay que tratarles de manera más humana. Esa es su salvación y su alegría. He conocido a comandantes buenos y nobles. Y he visto los efectos que producían en esos humillados. Algunas palabras amables bastaban para que los presos poco menos que resucitarán moralmente. Se alegraban como niños y, como niños, empezaban a amar”.
Solo los genios saben decir tanto en tan poco. Y sin dejarse ningún aspecto: reléanse las dos últimas "sencillas" frases.
En ese sentido, el anuncio de la farmacia merece una mención especial, por mucho que la foto o la composición sean más bien malas.
Es una película turca. Y en ese precioso idioma la vimos.
Qué maravilla.
Qué actores más buenos.
Qué sencillez —no simplicidad— y profundidad del guión.
Va a ir a los Oscar como mejor película extranjera por Turquía. Veremos.
¿Qué decir de la película?
Que, como Dostoievsky en el texto citado (y en todo Crimen y castigo), define de maravilla cómo el cariño es la mejor manera de resucitar moralmente a las personas. De todas. Una a una.
Podríamos hablar del proceso de resurrección personal o moral de los presos. Y de cómo es obrado como por milagro por el amor de dos personas débiles en apariencia.
O de lo insustituible del amor en la paternidad.
O de lo gratuito de la maldad.
O de la imaginación del amor para encontrar soluciones.
Pero no: no pienso explicarla. Pero diremos alguna cosa.
No tomé más notas que la que ahora escribiré. No es una cita absolutamente literal, pero casi.
En un momento dado, la profesora habla con la pequeña Ová. Como suele pasar, la adulta, desarmada por la sencillez y la profundidad (que suele venir de la mano con ella), le hace una dolorosa confesión: aunque quiere mucho a su padre, jamás ha podido abrazarlo como ella abraza a Memo. Dice:
Yo también quiero mucho a mi padre. No es como el tuyo. Él es muy estricto. Porque no quiere parecer que es débil. No es así. Él nos cuidó mucho a mi hermana y a mí. Yo quería abrazarlo como haces tú pero no pude.
Se la ve dolida.
Moraleja: Padres: abrazad a vuestros hijos. El cariño lo cura casi todo. Al menos lo importante.
(Añadiré otra cosa aún. Profesores: no abracéis a vuestros alumnos. Eso lo harán los padres. Si no lo hacen, decídselo).
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