"Quien ha experimentado una sola vez el poder, el dominio delimitado sobre el cuerpo, la sangre y el espíritu de otro hombre igual a él, que ha sido creado de la misma manera, que es su hermano por la ley de Cristo; quien ha experimentado el poder y la capacidad absoluta para humillar de la forma más denigrante a otra criatura portadora de la imagen divina, que se pierde por la fuerza del control sobre sus propios sentimientos. La crueldad es un hábito: es susceptible de desarrollarse, y de hecho se desarrolla hasta convertirse en enfermedad. Estoy convencido de que el mejor de los hombres pueden hacerse y protegerse, por culpa de ese hábito, hasta el nivel de las fieras.
La sangre y el poder embriagan: la grosería y la depravación se van desarrollando; la inteligencia y el sentimiento admiten las mayores aberraciones, y acaban por considerar las placenteras. La persona, el ciudadano, desaparece para siempre, cediendo paso al tirano, y el regreso a la dignidad humana, al arrepentimiento, al renacer, se convierte en algo. Menos que imposible. Además, en vista de que no se puede ejercer semejante tiranía, el ejemplo funde y se extiende por el cuerpo social de forma contagiosa: se trata de un poder muy seductor.
Una sociedad que observa este fenómeno con la indiferencia ya ha sido corrompida en sus mismos fundamentos. En resumen, el derecho al castigo corporal, otorgando a una persona para ejercerlo sobre otras, es una de las danzas de la sociedad, así como uno de los medios más poderosos para exterminar en ella todo embrión, toda tentativa de desarrollar el espíritu cívico, y constituye la base más sólida para su descomposición absoluta irreversible".
Increíble reflexión sobre, por ejemplo, el nazismo, ¿verdad?
Pues no exactamente. Es de Dostoievsky, que vivió y murió antes de aquel desastre.
Pero que vivió en sus carnes otros tantos. El que arriba se narra, con 29 años, en Siberia, en la cárcel. Más tarde, al salir de allí, inauguraría el arte de escribir sobre la propia vivencia carcelaria. Su libro, que estoy acabando, "Memorias de la casa muerta". Muy recomendable.
¿A qué viene esto?
A un vídeo que he podido ver hoy.
Recientemente, Bruno Le Marie, el ministro de Finanzas francés, ha regalado tres minutos de discurso ¡dirigido a los jóvenes! muy aprovechables. Una defensa racional de la lectura y contra el abuso de las pantallas y redes sociales. Me ha gustado toda su argumentación. (Aquí, el link. Vale la pena. Spoiler: habla claro a los jóvenes, buena praxis).
Pues bien, visto el vídeo, y aunque ya hemos escrito algunas cosas sobre lectura por aquí, me atrevo a darle otra vez al mismo tema.
Leer sirve para mucho y para nada, según.
Pero, puestos a dar por descontado que, valga la paradoja, lo que más sirve a los hombres es lo inútil (el amor, por ejemplo), vayamos a cosas útiles.
Se me ocurren cuatro:
La sangre y el poder embriagan: la grosería y la depravación se van desarrollando; la inteligencia y el sentimiento admiten las mayores aberraciones, y acaban por considerar las placenteras. La persona, el ciudadano, desaparece para siempre, cediendo paso al tirano, y el regreso a la dignidad humana, al arrepentimiento, al renacer, se convierte en algo. Menos que imposible. Además, en vista de que no se puede ejercer semejante tiranía, el ejemplo funde y se extiende por el cuerpo social de forma contagiosa: se trata de un poder muy seductor.
Una sociedad que observa este fenómeno con la indiferencia ya ha sido corrompida en sus mismos fundamentos. En resumen, el derecho al castigo corporal, otorgando a una persona para ejercerlo sobre otras, es una de las danzas de la sociedad, así como uno de los medios más poderosos para exterminar en ella todo embrión, toda tentativa de desarrollar el espíritu cívico, y constituye la base más sólida para su descomposición absoluta irreversible".
Increíble reflexión sobre, por ejemplo, el nazismo, ¿verdad?
Pues no exactamente. Es de Dostoievsky, que vivió y murió antes de aquel desastre.
Pero que vivió en sus carnes otros tantos. El que arriba se narra, con 29 años, en Siberia, en la cárcel. Más tarde, al salir de allí, inauguraría el arte de escribir sobre la propia vivencia carcelaria. Su libro, que estoy acabando, "Memorias de la casa muerta". Muy recomendable.
¿A qué viene esto?
A un vídeo que he podido ver hoy.
Recientemente, Bruno Le Marie, el ministro de Finanzas francés, ha regalado tres minutos de discurso ¡dirigido a los jóvenes! muy aprovechables. Una defensa racional de la lectura y contra el abuso de las pantallas y redes sociales. Me ha gustado toda su argumentación. (Aquí, el link. Vale la pena. Spoiler: habla claro a los jóvenes, buena praxis).
Pues bien, visto el vídeo, y aunque ya hemos escrito algunas cosas sobre lectura por aquí, me atrevo a darle otra vez al mismo tema.
Leer sirve para mucho y para nada, según.
Pero, puestos a dar por descontado que, valga la paradoja, lo que más sirve a los hombres es lo inútil (el amor, por ejemplo), vayamos a cosas útiles.
Se me ocurren cuatro:
En primer lugar, ayuda a conocer el mundo. Véase el citado libro de Dostoievsky, que explica la realidad de las cárceles. O, las cosas que tiene la cabeza de uno, "La Política" de Aristóteles, donde muestra cómo el tirano hace para gobernar en diversos países de su época. Y de la nuestra, añado sin ser demasiado audaz. Aquí dejo un ejemplo Libro VIII, capítulo noveno. Ahí va. A lo mejor nos suena un poco:
"Por lo que hace a las tiranías, se sostienen de dos maneras absolutamente opuestas; la primera es bien conocida y empleada por casi todos los tiranos. A Periandro de Corinto se atribuyen todas aquellas máximas políticas de que la monarquía de los persas nos presenta numerosos ejemplos. Ya hemos indicado algunos de los medios que la tiranía emplea para conservar su poder hasta donde es posible. Reprimir toda superioridad que en torno suyo se levante; deshacerse de los hombres de corazón; prohibir las comidas en común y las asociaciones; ahogar la instrucción y todo lo que pueda aumentar la cultura; es decir, impedir todo lo que hace que se tenga valor y confianza en sí mismo; poner obstáculos a los pasatiempos y a todas las reuniones que proporcionan distracción al público, y hacer lo posible para que los súbditos permanezcan sin conocerse los unos a los otros, porque las relaciones entre los individuos dan lugar a que nazca entre ellos una mutua confianza".
Es, en segundo lugar, un gran medio de conocimiento propio: yo, dentro del mundo. Y de los demás, otros yoes. Véase de nuevo el texto citado al inicio de esta entrada. Como me decía un alumno hace nada: "Leyendo "El escándalo" (esa novela de Pedro Antonio de Alarcón) me he visto retratado muchas veces"
En tercer lugar, consiste, sin duda, en una de las mejores maneras de aprender a expresar (y no solo conocer) cómo son las cosas exteriores: el mundo al que me refería al principio. O a esta maravilla de Macbeth:
"Un rostro falso debe ocultar lo que sabe un falso corazón"
Finalmente, es uno de los mejores modos –si no el mejor– de aprender a exteriorizar lo que uno lleva dentro. De comunicarse. Y de hacer amigos y más que amigos. Véase cualquier obra de Shakespeare. O del propio Dostoievksy. O de Homero en su Odisea:
"Mas dejadme cenar, aunque me siento angustiado, que no hay cosa tan importuna como el vientre, que nos obliga a pensar en él aun hallándonos muy afligidos o con el ánimo lleno de pesares como me veo yo ahora, y nos incita siempre a comer y a beber, y en la actualidad me hace echar en el olvido los trabajos que he padecido, mandándome que lo sacie".
Lo gracioso del tema, paradojas otra vez, es que el discurso del buen ministro no lo haya leído nadie: todos lo hemos visto gracias a una pantalla.
Así son las cosas hoy día. Paradojas, pero no contradicciones.
Quien quiera entender, que entienda.
Así son las cosas hoy día. Paradojas, pero no contradicciones.
Quien quiera entender, que entienda.
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