Diversión o plenitud. ¿Quién quiere tristes a los adolescentes? (Spoiler: nadie, pero muchos lo están)

¿Cómo se construye la autoestima de las personas?

La sana autoestima consiste, como dicen los psicólogos, en un amor a uno mismo... que sea realista: es decir, que tenga en cuenta la realidad objetiva de lo que uno es. 
Así, de uno que se cree Federer y apenas sabe sacar se dice que "se lo tiene muy creído" o que "tiene la autoestima demasiado alta". 
Hasta aquí parece sencillo. No lo es. 

Pero hay más.
El problema de amarse teniendo en cuenta la realidad objetiva de lo que uno es doble: determinar qué es uno, y llegar a saberlo. 
Es decir: conocer el origen de esa autoestima.

Vamos a dejar para otra entrada del blog la primera cosa: qué soy yo. Complicado. 
Vayamos a por lo segundo: cómo llego a saber que tengo valor, quién me dice a mí que valgo. A ver si me ayuda esa fotografía. 

Lo que ha pasado históricamente —y tiene todo el sentido antropológico— es que se da por descontado que la autoestima se construye desde dentro, pero gracias a personas de fuera. Es decir: yo aprendo a quererme, pero es gracias a otros-yo. Y ¿quién es han sido, desde siempre, esos otros-yo más cercanos? Mi familia, en efecto. Mis padres. Los dos. Y mis abuelos y hermanos. 

Recupero ahora un texto de Dostoievksy en El adolescente que ya usé. Explica a la perfección el papel gratuito e difícilmente sustituible de la familia en la construcción de la autoestima: 
—Tú, mi querido Arcadio, no debes enfadarte con nosotros; personas inteligentes las encontrarás a montones, pero, ¿quién te querrá si no estamos nosotros?
—Precisamente por eso el cariño de los padres es inmoral, mamá: es una cosa inmerecida. Y el cariño debe ser merecido.
–Ya te lo merecerás más tarde; mientras tanto, se te quiere gratis.
En la gratuidad del amor ajeno se descubre el valor que uno tiene: la sana autoestima. Yo me sé valioso cuando me dicen que valgo. 

¿Qué ocurre si, por algún motivo, uno no tiene quien le diga que sí vale?
Por lo general, que entra en acción una persona que no son mis padres: mi cuidadora, mi tutora o tutor, etc.  En Criadas y señoras, esa gran película recomendadísima de la que hablamos aquí, es así.
Si falta, aparece uno mismo. "Porque yo lo valgo". Y tenemos así a los grandes megalómanos, que son, tantas veces, gente que no ha tenido una infancia fácil. O, dicho de otro modo, que muchas veces no han tenido la suerte de tener padres (en plural) que les confirmaran en su propio valor objetivo. Me gustaría recomendar una durísima película: Toro salvaje, con un impecable Robert de Niro en el papel de un boxeador con estos problemas. Quien ha sido deficientemente amado tiene más difícil (no imposible) aprender a amar. 
De los que son así habla el sentir popular de los refranes castellanos. De quien se alaba impúdica y desmedidamente se dice que "no tiene abuela". La familia, ya lo hemos dicho, es quien primero cubre esa necesidad natural de las personas: mi autoestima me la hago yo, gracias a ellos. 

Pero —siempre hay un pero— hay un tercer paso. Porque a veces uno ya está tan gastado que ni siquiera puede engañarse a sí mismo. En Toro salvaje, por ejemplo, el protagonista se harta de repetirse: "Soy el mejor, soy el mejor, soy el mejor". Es hasta purificador verlo. ¿Qué ocurre entonces? Que la persona tiende a usar a las cosas como substitutos de las personas. Y descubre que no valen. E incremente su uso. Pero ni así. Las cosas no llenan a las personas. Ahí es donde aparece la insatisfacción y la tristeza. 
¿Qué cosas se suelen usar? El sexo, el alcohol y las drogas. Casualmente, estas palabas forman un acrónimo: S.A.D. Triste, en inglés. La lectura es clara y verdadera a más no poder: quien toma esas cosas —sexo, alcohol y drogas, que suelen ir juntas— como substitutos de las personas, se vuelve un triste. Y, tristemente, valga la redundancia, son los jóvenes los que están empezando a ser así cada vez más. 
Esta tristeza, que era mayoritariamente adulta hasta ahora, se está generalizando en nuestros jóvenes, que van un poco confundidos en la actualidad. 
—Siempre ha sido así. 
"No pas", que decimos en catalán.
Los jóvenes nunca habían sido tan tristes. Viejóvenes, les llaman. 
Lo que tal vez ocurre es —y está también en abajo a la derecha de la foto que he añadido— que alguien les ha vendido a nuestros jóvenes que lo que quieren es la diversión a toda costa. Cuando lo que buscan con todas sus fuerzas es la plenitud. Y no son lo mismo, aunque puedan ir juntas, como tantas veces ocurre. 
La diferencia que hay entre esta pareja de conceptos es abrumadora cuando se ponen sus antónimos: aburrimiento o vacío. Nadie quiere aburrirse, pero el remedio que se les vende es peor que la enfermedad, y acaban tristes y vacíos

Para casi acabar, querría añadir uno de los síntomas más claros que conozco de esa enfermedad de la que hablamos y que podríamos titular como tristeza profunda causada por el vano intento de fabricar la autoestima a base de cosas: sexo, alcohol y drogas.  Es un síntoma fácil de ver, gracias a Dios. Consiste en ver si uno es capaz de sonreír o se limita a ir de carcajada en carcajada. Es muy grande la diferencia entre una carcajada o una sonrisa. De nuevo: pueden ir juntas, pero hay quien no sabe sonreír ya. Necesita  substancias exteriores impersonales (cosas) que le provoquen la carcajada.

Acabamos ya. Prefiero ser positivo y señalar otra vez que al principio hemos dado una solución. El amor a las personas, más allá de la diversión, y por otros motivos. 
Queridos padres que leáis este post: tomad a vuestros hijos como algo más importante que todas las demás cosas: el trabajo, el descanso exagerado, el lujo, y todo lo que no sea el cónyuge, que no es una cosa. 

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