Así quedó la pizarra un día del año pasado, al final (valga la redundancia) de un final. Diría que el de Historia de la Filosofía. No tenía tizas y había escrito con el borrador.
Vamos a ver si podemos todavía decir algo de esta bonita paradoja: escribir con el borrador.
Lo primero, y quizás menos importante, es sobre lo que quedó escrito. El 4-7-8 es un método de respiración para tranquilizarse: inspiras 4 segundos, mantienes el aire otros 7, y lo sacas en 8. El latido del corazón se ralentiza y se nota uno más calmado. Más o menos, que la cosa no es instantánea. Y, entonces, con la calma, vuelven los conceptos a tu cabeza... si los habías metido. Lo cual me lleva, sencillamente, a hablar de la calma, y de que conviene intentar no perderla ante los errores, propios o ajenos. Y recuperarla cuanto antes. La experiencia de tanta historia dice que la mayoría de las cosas que nos ocurre no son para tanto... y pasan pronto, sean para bien o mal.
En segundo lugar, el tema central: conviene aprender a escribir con el borrador. Es decir, conseguir que una corrección —error corregido y asumido— sume en mi vida. Es muy propio de los hombres sabios aprovechar los errores.
A lo malo hay que llamarlo por ese nombre. A la equivocación no la llamaremos acierto, pero puede ser el primer paso para un acierto posterior. ¿A quién no le ha pasado que, por fallar, uno se corrige y llega más lejos, y mejor, que donde pensaba llegar? En ese preciso sentido, podemos decir que conviene aprender a escribir con el borrador.
Y en otro, que añado aquí, todavía más importante y anterior. Conviene reconocer que nos equivocamos, que no todo lo que hacemos ha salido bien o tan bien como pensábamos. Así de simple. Así de difícil para algunas personas. Qué horror y agobio mental es tener que protegerse todo el día de los propios déficits, en lugar de reconocerlos como propios, tal cual han salido de nuestras vidas. En un colegio es sencillo oír uno de los primeros en ciertas vidas: "Me han suspendido", en lugar de "he suspendido".
Un apéndice mínimo: qué difícil es ser corregido por otro. Sin embargo, qué bueno es: muchos ojos ven más que nuestros solo dos. Y qué pocos tienen, además, la habilidad de corregir bien. Mucho hemos de aprender padres y maestros.
En tercer lugar, un paso más, porque no todo acaba sabiendo que uno se ha equivocado. No se suele acabar el mundo (no lo ha hecho hasta ahora) con un fallo. Hay que seguir adelante. Y eso se hace de dos modos.
El primero, perdonarse. Si de verdad uno cree que el error y él no son incompatibles, que uno puede equivocarse y está dentro de la normalidad, perdonarse es sencillo. Si no, se hace tarea imposible. He de perdonarme porque me equivoco sin querer (dañarme), por debilidad, por inadvertencia. He de reconocerlo para saber que es lo normal en los hombres. Breve anécdota famosa. Se cuenta que un jefe de rango medio irrumpió en el despacho de su gran jefe algo más que alterado. Llevaba encima un monumental enfado porque "no puede ser que Pepito haga esto"... El jefe, paciente, le escucho. Y le hizo una sola pregunta: "¿Es humano?". El chorreo se cortó en seco y dio paso a un simple: "sí". La conclusión fue dicha entre risas: "ah, ya decía yo. Pues entonces ya está: todos los humanos se equivocan de vez en cuanto". Y ya que cada uno ponga su fin de anécdota.
El segundo modo de seguir adelante es corregirse y reparar el daño hecho, sin hace falta y se se puede, si está en nuestra mano. En católico se le llama "propósito de enmienda eficaz": proponte de modo concreto y factible algo que cambie tu error. No te levantas ni a tiros, pero el despertador siempre está a mano: ponlo más lejos. Yo qué sé.
Si además has de resarcir la fama o el dinero o el tiempo o lo que sea de otro, adelante: ármate de paciencia y toma cartas en el asunto. No basta con pedir perdón si uno ha robado. Hay que reparar y devolver el dinero. No basta con disculparse ante un alumno a solas si uno le ha dejado fatal delante de todos: hay que hacerlo delante de todos también. Y así, miles.
En fin, hasta aquí hemos llegado.
Escribir con el borrador: avanzar también a base de tropezones, sin quedarse en ellos.
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