Hará cosa de un mes. Volvía de un rato de deporte y me paré a hacer esta fotografía a una rosa, ya marchita y solitaria, colgada en una verja.
Me llamó la atención el contraste de la verja-prisión, y la rosa, bella, aunque ya caduca. Había sido abandonada.
Me parece una tremenda imagen de una cierta adolescencia en dos aspectos, que paso a comentar brevemente.
"Se son rose fioriranno", dicen los italianos. Es decir, "Si son rosas, florecerán", que suena muy bien también. Eso parece. Pero hay varios matices que nos hacen diferentes de las rosas.
Primer aspecto.
Si se las descuida, mueren, como el amor. Como las personas, que son la suma de sus amores, en gran medida. Refiriéndose al amor, "One", ese himno de U2, canta que "it leaves you, baby, if you don't care for it": te deja si no te preocupas por él. Se marchita y muere, por hermoso que fuera. La belleza de un adolescente –no la física, sino la más interior, que de algún modo se refleja hasta en la sonrisa tranquila– es igual que la de otra persona. Solo que está en una etapa importante de su vida: se está construyendo, tantas veces de modo parcialmente inconsciente.
Un adolescente ha sido cortado (se ha cortado a sí mismo) de su jardín para ser entregado a otro. Duda de todo, porque necesita "sus" verdades: tiene que construirse. En el proceso, algunos "mueren". Ojalá tenga cada adolescente un terruño donde echar raíces y nutrirse de agua y alimento. Ojalá no les dejemos colgados consigo mismos, como la rosa de la foto.
En ese mismo sentido decía Ernst Gombrich aquello tan cierto y tan brillantemente resumido:
“Es una crueldad bárbara privar a nuestros jóvenes de la energía y de la inspiración que pueden encontrar, durante toda su vida, en el contacto vivificante con las obras maestras del arte, de la literatura, de la filosofía y de la música”.
Porque esas obras les llevan al agua que necesitan para jamás marchitarse: la verdad, el bien y las demás palabras mayores de siempre.
¿Qué es lo que más echa de menos un adolescente? La verdad. Tanto en lo científico, como en lo personal, como en las vidas de los demás y, ¡sobre todo eso!, en la suya. La autenticidad. Son genuinos e infalibles detectores de la hipocresía. Podría contar aquí cuatro o cinco casos de este mismo año, pero no hace falta.
Y con la verdad hay que responder a los demás. Sin fingimientos.
Cuanta más verdad, más salud mental, emocional y hasta física.
Segundo aspecto. Las rosas, bien cuidadas, acaban muriendo igual, pero son bellas y significan algo más que ellas mismas. Son, tan frecuentemente, un regalo amoroso: "te regalo belleza ajena, señal de la propia que querría entregarte". Por eso, qué bonito es dar una rosa.
Pero las rosas florecen cuando florecen: no hay que meter prisa a las personas. En educación y en el amor, qué importante es la libertad, la calma, la huida de la cuantificación excesiva. Si son rosas, florecerán, decíamos al principio.
Y con eso acabamos.
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