Cyrano de Bergerac y las obligaciones y las pasiones

Tiene narices que haya tardado tanto en escribir esta entrada. 
Bromas malas aparte, quería comentar esta película (está aquí online), basada en el libro de Edmond Rostand. Lo cierto es que es una maravilla y todo un clásico. Y no solamente porque esté en verso, sino porque trata los temas de siempre con altura. El amor, los celos, las envidias, el orgullo, las traiciones, la lucha, el honor. Algunas palabras puede parecer pasadas de moda ya. No lo están, solo que nos gusta más el inglés. Nos parece que nos hacemos así más los interesantes. O lo que sea. (Sobre neologismos innecesarios ya comentamos algo por aquí).

De todos modos, cuando vi por última vez la película por última vez, tomé nota de cuatro versos singulares, que pasan desapercibidos quizás, pero que transmiten una idea que vale su peso en oro. 
Hay en el filme un personaje divertido. Es el pastelero poeta. Alguno querrá que es poeta pastelero, pero no. Y ahí está la gracia. Su gran pasión son las poesías, aunque no pasa de hacer ripios más bien malos. Y su profesión, a la que dedica con gran acierto su vida, la pastelería. 
Dos cosas podemos decir. 
De vez en cuando, el pastelero reúne a sus "amigos" para recitarles poemas, a cambio de que escuchen sus odas culinarias. La escena es absolutamente grotesca y exagerada: mientras unos pobres hombres pierden los papeles con los pasteles y dulces del pastelero, este recita sus versos, sin darse cuenta de que no le escucha nadie. Unos aprovechados de libro.
Más tarde —y esta es la segunda cosa sobre el pastelero—, se le enfrascado en su pasión e intentando componer unas buenas rimas cuando se da cuenta de que se ha hecho de día. Su pasión le roba horas de sueño, pero al llegar la hora de trabajar, se levanta de su silla de ocio y proclama:
Ahoga en ti la musa 
que canta, Pastelero
Ya rimarás después
El horno es lo primero.
No hace falta explicar más. Primero, la obligación; luego, la devoción. 
Un horario. La necesidad vital de seguirlo: de mandar en la propia vida por encima de apetencias y gustos. Me ha venido a la cabeza una entrevista que le leí a un psiquiatra. A los altos cargos de empresas importantes que acudía a verle les recomendaba muchas veces que se hicieran un horario. 
No por la cuadrícula, sin duda. Sino por lo dicho ya: aquí mando yo, aquí decido yo lo que voy a hacer. Soy libre al querer, pero no del todo al dejarme llevar por una apetencia que no he elegido yo. La fuerza de voluntad. O, si se quiere, la fuerza de la voluntad, que mueve, como todas las fuerzas. 
Ni más ni menos. 
"Ahoga en ti la musa que canta". Ahí está: no la hagas caso. 
Pero también: "Ya rimarás después". No todo es obligación; cabe todo.

Cada cual sabrá pensar este asunto.

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