“Enjoyable” es una palabra que significa agradable, placentero, divertido, aunque venga de “joy”, que se traduce como júbilo, alegría, regocijo, deleite. La felicidad tiene mucho que ver con esas palabras, naturalmente. Pero la infelicidad es, tal vez, su búsqueda obstinada, con el rechazo a lo doloroso que eso implica. Como a lo largo de todo el ensayo, la clave está en el “no todo y no siempre”.
Para quienes nos dedicamos a la educación de nuestra generación (padres, profesores, etc…), es tal vez más notable que en las anteriores. Hay muchos jóvenes, y niños, que tiene un criterio de juicio muy pequeño. (Ya escribimos cosas sobre lo divertido, aquí)
Se limitan a encasillarlo todo mediante dos palabras: divertido y aburrido, con sus variantes de jerga. Una
clase es aburrida o divertida, un profesor es divertido, mi madre es un peñazo, este libro es divertido, la
película es divertida. Parece que no les quepa –porque quizás no los conocen– otros modos de juzgar.
Conviene enseñarles que una película se puede juzgar por otros parámetros: el guión, las actuaciones, la
historia, la bondad, la intención, la técnica…
Analicemos brevemente los dos campos que venimos tomando como más importantes: el trabajo y el amor.
Que en el trabajo no hay que buscar lo simplemente divertido es más que obvio; tanto, como que a los que más dominan su trabajo, les parece divertido en ocasiones. Muchos de los alumnos con problemas de estudio tienen este modo de juzgar. Los adolescentes, en particular, son víctimas de su manera de ver el mundo, que tiene que ver con esto que explicamos.
Cuando el profesor no les cae bien o no es divertido, les cuesta horrores dar el paso que les definirá como hombres maduros: dejar de decidir según sus estados de ánimo y pasar a apostar por los motivos del estudio.
Lo cierto es que en las series que ven, o en las películas, pocas veces se ve a alguien que estudie.
Recuerdo ahora una –Harry Potter– y ese alguien es una chica y odiosa por esa misma razón: estudia. Es “una empollona repelente”, como la definía un quinceañero.
¿Cómo educar en este sentido? Como hasta ahora: con el ejemplo y con la palabra. Con la vida propia, que se vuelve ejemplo al ver los hijos cómo sus padres trabajan, y cómo hablan de su trabajo. Y con la palabra,
tomando ocasión de una película, de un anuncio, de una canción, de unas notas que han sacado, etc.
Una costumbre muy buena consiste en tener encargos en casa. Es una de las maneras más prácticas y sencillas de lograr que los chicos aprendan que no todo es siempre divertido, y que hay que encontrar otros motivos para hacer las cosas, a pesar de todo.
Analizado el trabajo, pasemos al amor. En este ámbito, tal vez sea este uno de los peligros más directos que amenazan a nuestros jóvenes. Y a nuestros adultos.
No en vano nuestra sociedad ha sido calificada desde hace tiempo como hedonista (de hedoné, que en griego significa placer). Sigue siendo actual la lucho porque no se considere a las mujeres meros objetos de placer o diversión. Uno de los “pecados sociales” de nuestra sociedad laicista es el machismo, lo cual es posiblemente un avance. Se trataría de ir a fondo y llegar hasta las últimas consecuencias. Pero no es sencillo, porque hay mucho dinero en en juego. La prostitución es, lamentablemente, un negocio muy
rentable.
Pero la prostitución no es el mayor problema. Quizás haya un estadio anterior: la pornografía, que puede ser explícita o disimulada. Sobre la explícita baste con explicar brevemente dos cosas: que pornés (de ahí pornografía) significa ni más ni menos que “prostituta” en sus orígenes griegos, y que las páginas más vistas en internet son las pornográficas.
En cuanto a lo disimulado, nos referimos aquí a la ola de sensualismo que recorre nuestras televisiones, películas y anuncios. “Luce tu cuerpo, que no hay más”.
La pornografía tiene como base, evidentemente, una visión del hombre muy concreta: un materialismo radical. Lo que hay es lo que ves, así que decóralo y diviértete.
La visión de lo placentero como única capacidad del amor se rompía antes, por ejemplo, con la figura de los abuelos. La lealtad es lealtad cuando el dolor aparece, cuando el placer no rige las acciones. Tener abuelos en casa era un modo visible y no teórico de explicarlo. Pero en muchas ocasiones han desaparecido de nuestras casas. Una manera similar es ahora ocuparse de los hermanos pequeños.
Por supuesto, conviene educar con la palabra y a partir de los hechos, aunque sean hechos digitales o virtuales. Cada cual sabe qué tipo de hijos quiere tener.
Se trata, sin embargo, de aprovechar las imágenes que nos llegan de los tipos de hijos que no queremos tener. Y de razonar con ellos por qué.
Un ejemplo muy clásico. Una película en que todo es bonito y divertido, y las parejas se hacen –y del todo– en menos de dos días. Es muy útil hacer pensar a los hijos y enseñarles la diferencia que hay entre enamoramiento y amor, entre diversión y placer, y amor. No son caminos paralelos, sin puntos en común; pero tampoco se trata de sinónimos.
La corrección del vocabulario es otro campo muy interesante y urgente. “Está buena, la tía esa”, se oye en
la calle, y en las películas. Es un modo de hablar, naturalmente. Y de corregirlo se trata.
Las que están buenas son las costillas de cerdo y las magdalenas, no las chicas. O los chicos. Por supuesto que apetece una chica, que atrae. Pero se trata de aprender a explicar que, como en todos los ámbitos, no todo lo que apetece debe tomarse, porque no es lo mismo apetecible que bueno.
Otros modos educativos que más tarde comentaremos: apagar la tele, elegir bien los programas y películas que uno ve. Y cuidar la vista por la calle. Los chicos se fijan en todo. En la calle, y en su cuarto.
(A la legua se ve que todo lo anterior es un fragmento de un libro. Aquí está. Ojalá lo compres, si te ha interesado.)
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